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Los santos inocentes. Guía de comentario



LOS SANTOS INOCENTES


Los temas con los que hay que relacionar el comentario que se os propondrá en el examen son los siguientes:


1. La denuncia social y la imagen de la España rural.

2. La caracterización de los personajes.

3. Los grandes temas (justicia e injusticia, maldad e inocencia).

4. Las técnicas narrativas y las voces de la novela.


Libro primero. Azarías


1. La denuncia social y la imagen de la España rural.


La primera página da las claves de la novela entera. En primer lugar, la palabra señorito nos lleva a una España de atroces y humillantes desigualdades. Llamar a alguien señorito era como llamarle amo, que era, por cierto, la palabra que las clases más humildes empleaban en vez de jefe. Por datos que aparecerán más adelante (la mención al Concilio Vaticano II) sabemos que sucede en los años 60 del siglo XX, en pleno franquismo. A pesar de que había, al menos formalmente, una cierta apertura con lo que se llamó desarrollismo, las diferencias sociales nos remiten a una España primitiva, de señores y esclavos, a un mundo rural de localización aproximada que por el lenguaje que se emplea podemos situar al oeste de Castilla o Extremadura. El señorito para el que trabaja Azarías no considera a sus siervos como personas, antes bien se ríe de sus miserias y sus preocupaciones, como cuando Azarías le pide que llame al Mago (el veterinario, con lo que da una idea del mundo de ignorancia y superstición en el que vive) y el señorito no solo no le hace caso sino que se mofa de él. La milana muere, y esa, digamos, primera muerte es la que une el principio y el final de la novela. Esa misma desidia y abandono de las pobres gentes la vemos, al final del capítulo, con la Niña Chica, una pobre niña con lo que ahora llamaríamos discapacidad intelectual severa, cuyos «interminables berridos lastimeros» son como el aullido de seres condenados a vivir como animales, sin atenciones de ninguna clase. Sin embargo, y también en la primera página y en varias de este primer capítulo, se da otra importante clave histórica de la novela. Régula, la hermana de Azarías, está empeñada en que sus hijos estudien. Azarías no lo comprende, «luego no te sirven ni para finos ni para bastos», dice Azarías, lo cual da una idea del grado de sumisión, de aceptación de su destino de aquellos santos inocentes. Pero el empeño de Régula es importantísimo, porque ya veremos cómo las actitudes del Quirce y de Nieves (y también de la hija de la marquesa) ya son diferentes a las de sus padres. En ellos está representada una España que poco a poco irá saliendo del infierno. En ese empeño de Régula, Delibes concentra el esfuerzo de muchas madres que pasaron hambre y miseria (además de una guerra espantosa) y entregaron su vida a que sus hijos no corrieran la misma suerte aciaga que ellas. En ese mundo de señoritos sin alma, «nadie se preocupaba de si este o el otro sabían leer o escribir, de si eran letrados o iletrados». Pero cuando Azarías pregunta por los muchachos, Régula lo deja claro: «En la escuela están, ¿dónde quieres que estén?». Ni ella ni mucho menos Azarías tuvieron esa oportunidad.


2. La caracterización de los personajes. 


Azarías va descalzo, remendado, tiene costumbres bárbaras (orinarse las manos), trabaja todo el día con los animales y «lustrando» el coche del señorito. Ni siquiera sabe contar, pero lleva tan dentro su condición de esclavo que incluso roba, inocentemente, los tapones de las válvulas de los coches para que no le falten al amo. Se diría que Azarías se comporta como un animal, pero dicho en el mejor de los sentidos: cuida con primor a su milana, acaricia a los animalillos, juega con el cárabo. Es tan poco civilizado como ellos (siempre anda defecando en cualquier sitio, algo que trae de cabeza a su cuñado Paco), pero no tiene malos sentimientos. Dentro de su desamparo, Azarías es feliz con sus animales, hasta el punto de comportarse con su misma naturalidad: «encamado en la torvisca o al amparo del madroño, inmóvil, replegado sobre sí mismo, los muslos en el vientre, los codos en el pecho, mascando salivilla o rutando suavemente, como un cachorro ávido de mamar…»


3. Los grandes temas (justicia e injusticia, maldad e inocencia). 


Al lector le agrede desde el principio la injusticia radical de aquella situación. Es injusto que la familia de Régula viva como vive, y es terrible que alguien sin muchas luces como Azarías, lo que en aquella época se llamaba el tonto del pueblo, sea a la postre el único que imparta justicia, una justicia primaria, elemental, pero también producto del amor de Azarías por sus semejantes, que no son los señoritos sino sus queridos animalillos. Azarías es inocente en un sentido que también entonces tenía esta palabra. Inocente no solo era el que no tiene culpa sino el que no ha dejado de ser un niño. Al señorito, por ejemplo, le molesta que Azarías diga que tiene un año más que el señorito. Lo que verdaderamente irrita al señorito es que se compare con él, aunque solo sea por la edad, «pero no era por mala voluntad, ni por el gusto de mentir, sino por pura niñez». Así, se llamaba entonces inocentes a quienes no se habían desarrollado mentalmente, pero también, en la novela, a quienes no tienen culpa del triste destino que les ha tocado. Es como el doble sentido que le damos a la palabra ignorante, con la que nos referimos al que no sabe algo, pero también al iluso, al que se lo cree todo.


4. Las técnicas narrativas y las voces de la novela. 


Lo que nos cuenta la novela es una doble tragedia, la tragedia de los inocentes y la tragedia de los señoritos. Por eso desde el principio vemos los elementos que contribuirán al desenlace. La ignorancia a la que ha sido forzosamente sometida la familia de Régula y la soberbia insoportable de quien los somete son los errores trágicos que llevan al final. A pesar de que la novela vaya incorporando personajes, el relato está medido desde el principio como una tragedia inevitable. En cuanto a la voz, hay que tener en cuenta que todo está contado por una voz que integra el habla de los personajes, el vocabulario campestre que ambienta el relato y un tono, a veces, más culto que el que emplean esos personajes. Así, por ejemplo, y por emplear el mismo fragmento, vemos cómo Delibes utiliza el lenguaje de los personajes, lleno de localismos, de vocabulario campestre, al mismo tiempo que el del narrador culto, con un potente aliento poético. En este breve pasaje que he citado antes os señalo los tres elementos: en letra normal, el lenguaje de los personajes; en letra negrita, el lenguaje del narrador, y subrayado, el lenguaje poético: 


sin inmutarse, encamado en la torvisca o al amparo del madroño, inmóvil, replegado sobre sí mismo, los muslos en el vientre, los codos en el pecho, mascando salivilla o rutando suavemente, como un cachorro ávido de mamar, mirando fijamente la línea azul verdosa de la sierra recortada contra el cielo, y los chozos redondos de los pastores, y el Cerro de las Corzas (del otro lado del cual estaba Portugal), y los canchales agazapados como tortugas gigantes, y el vuelo chillón y estirado de las grullas camino del pantano, y la merinas merodeando con sus crías…


Es interesante el uso del polisíndeton (en este caso, el empleo constante de la conjunción y), que es un rasgo del lenguaje gnómico, de la narración mítica, y que llena el texto de intensidad poética. El hecho de que no haya puntos, solo comas, y de que los diálogos no tengan guiones ni otras marcas formales contribuye a esa sensación de relato continuo a partir de la voz de un narrador capaz de integrar en su discurso las voces de sus personajes.



Libro segundo. Paco, el Bajo. 


  1. La denuncia social y la imagen de la España rural.


La familia de Paco el Bajo vive en el sometimiento y la superstición. Cuando se hacían ilusiones de que Nieves, su hija, que «ve crecer la hierba», pudiera tener estudios, mandan a la familia al último confín del cortijo, a la raya, donde no hay posibilidades de instrucción. El padre, obediente, se resigna, y tiene que sufrir incluso la humillación de quien finge ilustrarlos, los señoritos que les enseñan las primeras letras a los braceros y se ríen de ellos porque no comprenden la ortografía. Estos señoritos, por cierto, tampoco la comprenden, pero eso no es para ellos ninguna necesidad.

El sistema jerárquico es total. La familia de Paco sufre las humillaciones de don Pedro y don Pedro sufre las del señorito Iván, que le demuestra quién manda en él y en su mujer, doña Purita. De regreso al cortijo, la Régula tiene que hacer de esclava de sus amos, que no deben ni siquiera molestarse en llamarla para que les abra el portón, y se arrodilla para besuquear el anillo de un obispo tridentino al que no le parece mal semejante maltrato. Solo los ricos pueden tomar la comunión, y el hecho de que una niña pobre como Nieves quiera también tomarla es motivo de risas. Es tremendo el momento en que don Pedro, un sujeto servil, miserable, intenta reírse también él de Nieves para desviar la conversación cuando ve que delante de sus narices el señorito Iván se propasa con doña Purita, su mujer.

Pero Nieves ya es otro personaje. Considera natural tomar la comunión igual que el niño Carlos Alberto. No entiende que también eso sea un derecho privativo de los señores. Y, junto a ella, aparece la señorita Miriam, también joven, quien no entiende «qué mal hay en ello». De hecho, Miriam es la única que no habla en ese lenguaje arcaico: «Y entre tanta gente, ¿es posible que no haya una persona capaz de prepararla?». Miriam, como Nieves, ya son seres de otro mundo, incapaces de comprender semejante brutalidad.

Mientras el obispo se pone morado de comer en manteles caros, los criados aceptan su condición a base de obediencia y superstición, como la que hizo ponerle a la niña un nombre normal, Nieves, y no uno de esos nombres antiguos, de pobre, que estaba destinada a llevar. Fue el Mago, una especie de hechicero, el que se lo recomendó a sus padres, y quizás en ese gesto absurdo dejó escrito el nuevo destino de la niña.


2. La caracterización de los personajes.


No era extraño en aquella época que los nombres se ajustasen a la condición social. Todavía hoy quedan residuos de aquello. Un pobre no podía llamarse Iván, o Miriam, o Carlos Alberto. Y un rico no podía llamarse Paco, o Régula, o Charito. Pero a los pobres solían caerle en suerte los nombres del santo del día, Nicasio, Liborio, Genaro, o el de sus abuelos, como si así perpetuaran su condición y su destino.

Así, el niño Carlos Alberto, que hoy tendría nombre de culebrón latinoamericano, es rubio y muy blanco, mientras que Paco es «albazano», como los caballos. Es inocente como los animales, y por eso huele como un perro la llegada de Crespo a la raya, y es igual de sumiso: «lo que usted mande, don Pedro, para eso estamos», le dice a don Pedro, quien también diría algo parecido al señorito Iván.

La Régula carga con su cruz. Le queda el pudor atávico de no mantener relaciones sexuales con su marido porque, entre otras razones, duerme con ellos la Niña Chica, a la que consideran poco menos que un castigo de Dios, pero a la que tratan con la dulzura con que los señoritos jamás se ocuparían de un hijo así.

Frente a ella, doña Purita, que no cree en castigos ni en destinos, entrega su cuerpo al señorito porque ella también quiere ser señorita, y por eso consigue una criada gratis, Nieves, o se pasa el día acicalándose como un objeto para gustarle al amo. A los pobres, entonces, solo les quedaba el consuelo de ser decentes.


3. Los grandes temas (justicia e injusticia, maldad e inocencia).


La maldad está siempre en lo aceptado, en lo que no se cuestiona. El obispo no cuestiona que la familia de Paco no tenga derecho a nada, ni siquiera a hacer la primera comunión. El señorito Iván no cuestiona que no puede humillarse a un subordinado como hace él con don Pedro, ni tratarlo como a un perro, que es lo que hace con Paco.

Pero frente a la maldad no está la bondad sino la inocencia y la sumisión. Como le dice Pedro a Nieves, y era una frase muy repetida en los años 60, «tú, oír, ver y callar». Llevaban el miedo metido en los huesos. Aceptaban las arbitrariedades porque sabían que rebelarse podía ser incluso peor. Estaban en manos de señores feudales cuya moral era avalada por estómagos agradecidos como el del obispo que acude al cortijo, y que era uno más de su corte de aduladores.


4. Las técnicas narrativas y las voces de la novela.


Llama la atención, en todo este ambiente enrarecido, la manera tan natural de hablar de Nieves y Miriam. Su inocencia es otra, la de quien no entiende las barbaridades que tiene que vivir, y su lenguaje, por lo tanto, también es otro. Hablan poco, pero hablan claro: «Que quiero hacer la comunión, padre», en un tono que nos resulta más cercano, menos anticuado, más natural. Son ellas dos la única esperanza de la novela, el anuncio de un mundo menos injusto y más normal.

La voces de los otros se ajustan a su condición social. El señorito habla del Concilio (ya vimos que era el Vaticano II, que intentó abrir la iglesia más allá de los salones y las sacristías) con un desprecio que el obispo escucha sin rechistar. Don Pedro habla con altanería cuando se dirige a

Paco, con nerviosismo de cobarde cuando habla con Iván, y con lenguaje de verraco celoso cuando le grita a su mujer, que tampoco le hace ningún caso. Doña Purita habla «como una descarada», como se decía entonces, y Régula, la pobre Régula, encadena sentencias resignadas, «ae, que no estamos para juegos», le dice a su marido, que no es capaz de vincular su desgracia con sus instintos, ni de pensar que el amor no es solo cosa de ricos o de jóvenes.



Libro tercero. La Milana


  1. La denuncia social y la imagen de la España rural.


La imagen de abandono continúa con el estado en el que vive Azarías, expulsado sin miramientos por un señorito que lo considera un anormal que, además de estropear las ruedas de los coches de sus amigos, se dedica a blasfemar. La ironía es evidente, pues cabe preguntarse cuál es la blasfemia, la del inocente que apenas se sabe expresar, o la del señorito que no lo considera ni persona, y que no se compadece de Paco cuando este, manoseando la gorra con servilismo, le plantea sus estrecheces familiares. Tan solo los mayores, Régula y Paco, se compadecen de él, pero a los hijos, uno de los cuales, el Rogelio, ya lleva el tractor, les hace incluso gracia ver cómo no sabe contar, y no comprenden su afición a criar animales tan poco apreciados como una grajilla. El tractor es un símbolo de cambio. Muchos agricultores habían pasado la vida entera doblando el espinazo para trabajar la tierra, y ahora las generaciones jóvenes se mecanizaban sin ningún problema. El colmo de la humillación era que a muchos de aquellos labradores, si querían manejar la nueva maquinaria, les obligaban a pasar unos exámenes cuyas preguntas ni siquiera entendían.


2. La caracterización de los personajes.


La inocencia de Azarías se manifiesta en su trato con la Niña Chica, a la que trata con el mismo afecto que a los animalillos. Régula le regaña pero lo acoge y trata de asearlo un poco, con dudosos resultados, pero su marido, Paco, utiliza su astucia natural para evitar que las costumbres poco higiénicas de Azarías molesten en el cortijo. Como si Azarías fuera un niño, que en cierto modo lo es, lo lleva a divertirse con el cárabo a cambio de que no exonere en cualquier parte.

Por primera vez aparece el Quirce, al que el narrador llama zahareño (“desdeñoso, esquivo, intratable o irreductible”), es decir, poco dispuesto a las humillaciones que sufren sus padres. Es interesante cómo esa misma irreductibilidad del Quirce será la que, más adelante, se vuelva contra el señorito que los maltrata.


3. Los grandes temas (justicia e injusticia, maldad e inocencia).


Nadie considera que Azarías, a pesar de sus costumbres, sea malo. Cuando Rogelio, su sobrino, que también lo estima, le trae una grajilla, Azarías, «al ver el pájaro indefenso, se le enternecieron los ojos, lo tomó delicadamente en sus manos y musitó, milana bonita, milana bonita», una expresión que también utiliza cuando acaricia al más indefenso de los personajes, la Niña Chica. Azarías siente una justicia natural hacia los más desprotegidos, que no le producen asco sino afecto, y es ese mismo sentido de la justicia el que le llevará a un acto objetivamente malo. Pero son las dos caras de la misma inocencia.


4. Técnicas narrativas y las voces de la novela.


El final de este capítulo es técnicamente admirable, cómo Azarías, con su inteligencia natural, es capaz de amaestrar a un pájaro tan indómito como una grajilla, como si fuera capaz de reconocer en él a quien lo ha recogido, lo ha criado y le tiene un afecto sincero. Es magnífico ese crescendo a través de las repeticiones de quia y de milana bonita, hasta que todo el mundo se asombra de lo que ha conseguido el bueno de Azarías. Por lo demás, el narrador va dosificando sus registros hasta llegar a un tono decididamente poético, emocionante, en los últimos párrafos del capítulo.



Libro cuarto. El secretario


  1. La denuncia social y la imagen de la España rural.


El capítulo cuarto, El secretario, empieza y acaba con las primeras apariciones de Quirce, el hijo de Régula, y Miriam, la hija de la marquesa. Esta disposición estructural ejerce un —leve— aliento de esperanza para terminar con las brutalidades que se cuentan en el capítulo, y que, por inverosímiles que parezcan, responden punto por punto a la verdad de aquellos años en aquellos ambientes.

Para empezar, Paco no es, para el señorito Iván, un ser humano sino un buen perro, y Paco se entrega como un sabueso dócil a las arbitrariedades de su amo, que lo enseña a los amigos como se enseñaría a un perdiguero. Lo triste del asunto es que Paco acepta la sumisión y los malos modales del señorito. No era entonces infrecuente entre los cazadores maltratar a los perros para que fuesen más dóciles. A los perros apaleados el miedo los hace sumisos, y se contentan con un despojo igual que Paco se contenta con una miseria que, «ostentosamente», el señorito Iván le da después de haber abusado de él, y que Paco lleva humildemente a casa para que su mujer, la Régula, haga frente a las necesidades más perentorias de su familia.

Y eso tenía que ser así desde siempre. Es muy elocuente el momento en el que el señorito Iván, que conoce a Paco desde niño, le ordena que lo llame de usted y le diga «señorito», o cuando amenaza con pegarle un tiro si sale antes de tiempo a cobrar las piezas que derriba con la escopeta. Para ese tipo de gente las castas eran inamovibles. Es irritante, por ejemplo, ver llegar a la señora marquesa y tratar a sus empleados como lo que eran, pobres de pedir, pero más irritante aún que los braceros le den vivas y consideren que, además, la marquesa es buena persona.

Pero si hay una escena que define la España de la época es la batida del Día de la Raza, el 12 de octubre. Hay que recordar que el propio Franco intervino, dicen que como guionista, en una película que se llamaba justamente La raza, destinada a exhibir los supuestos valores patrióticos de los españoles. En esa escena se percibe la distancia sideral que separaba a España del resto de Europa para ese tipo de privilegiados. A las cacerías iban «el Subsecretario, el Embajador, el Ministro», gente de postín que arreglaba sus negocios y partía el bacalao del país matando codornices en el monte. Y aparece un personaje, René, un diplomático francés, que se espanta cuando ve el trato que Iván tiene hacia sus subordinados, pero aún se espanta más cuando el señorito Iván, con la chulería propia de los de su clase, decide mostrarle al francés los progresos del régimen: «aquí no hay discriminación entre varones y hembras» , le dice, y trae a Paco, a Régula y al Ceferino para que demuestren que saben firmar, «que nada menos está en juego la dignidad nacional». Los pobres, en una escena que duele por lo humillante, intentan como pueden garabatear su nombre, lo que para el señorito es una prueba suficiente de que el régimen se ocupa de ilustrar a sus súbditos. Cuando el francés ve el dedo de Régula, artrítico, retorcido, esmerado de trabajar y sin huella dactilar siquiera, se asombra como después, al final del capítulo, Míriam se quedará de piedra cuando vea a la Niña Chica. Para los inocentes solo cabe lo que Régula le dice a la marquesa cuando la señora se queja de que huele mal, y no es por las gallinas sino porque a Régula no le ha dado tiempo a terminar de asear a su hija. «Sí, señora, a mandar, para eso estamos», le dice, escondiéndose las manos bajo el delantal, porque los amos no solo no se ocupaban de ellos sino que tampoco querían ver los efectos del monstruoso abandono a que sometían a sus esclavos.


2. La caracterización de los personajes.


Una buena novela caracteriza a sus personajes a través de los detalles. «Ni el Quirce ni el Rogelio sacaban el prodigioso olfato de su padre», ni tampoco su trágico servilismo. El Ivancito, «empezó bien tierno con la caza», es decir, el señorito no aprendió más que a cazar, ni tampoco tenía luces para otra cosa. A Paco lo criaron para perro, y a Iván para cazador. Los trabajadores recogen la limosna, agachan la cerviz y salen «más contentos que unas pascuas», y cuando miran los diez duros que les tocan (lo demás tienen que buscárselo como puedan), sonríen a la marquesa: «La señora es buena para los pobres». El señorito, ostentoso y bravucón, se mete los pulgares en el chaleco como muestra de satisfacción ante sus propias atrocidades. A todo el mundo, sobre todo a Paco, lo llama «maricón», un insulto casi amistoso por aquella época, sin las connotaciones que exclusivamente tiene ahora, aunque da idea del concepto que entonces se tenía de la diversidad sexual. El dedo machacado de Régula es más que suficiente para caracterizarla, pero aun así late en ella un sentido de la honradez y de la dignidad que nos conmueve: «ae, mientras yo viva, un hijo de mi madre no morirá en un asilo». Los pobres asumían su destino defendiendo lo único que les quedaba, el hecho de pertenecer a una familia. Y Miriam, en fin, tiene bastante con decir «Dios mío» cuando ve a la Niña Chica para que veamos cómo ella ya no ha nacido para entender semejante injusticia, la de tener a una niña en semejantes condiciones, pero también para que reflexionemos sobre el verdadero significado de la expresión «Dios mío». Conviene acordarse del obispo glotón del principio. Cuesta creer que los dos hablen del mismo Dios.


3. Los grandes temas (justicia e injusticia, maldad e inocencia).


«El Azarías no es malo, señora, solo una miaja inocente», le dice Régula a la señora. Recuerda a la frase con la que empieza La familia de Pascual Duarte: «Yo, señor, no soy malo», pero del mismo modo que Pascual, pese a su inocencia, o quizá por ella, reparte una bárbara justicia entre los que lo maltratan, Azarías, por puro instinto, es bueno para no distinguir ricos de pobres y llevar a la señorita Míriam a ver la milana igual que se la enseña a la Niña Chica. Para él, en su inocencia, son dos personas iguales, a las dos las coge de la mano, a las dos les sonríe, a las dos les habla igual, como si las dos pudieran entenderlo. Míriam se extraña de que al Azarías no lo lleven a una institución benéfica donde por lo menos no vaya descalzo y alguien lo trate con recursos un poco más civilizados. Pero la verdadera institución benéfica es él, el Azarías, el único que trata a todos con igual justicia y desde la misma inocencia.


4. Las técnicas narrativas y las voces de la novela.


La novela va integrando cuidadosamente los elementos que definen su estructura. El autor dosifica, por ejemplo, la intervención del Quirce, o, como comentábamos al principio, abre y cierra este catálogo de barbaridades inconcebibles con dos personajes jóvenes que humanizan un poco la historia, o al menos sirven como punto de referencia para que el lector se identifique con ellos. También nosotros mandaríamos al cuerno al señorito, como el Quirce, y también nosotros nos espantaríamos al ver a la Niña Chica en esas condiciones de miseria. Esos jóvenes redimen, en cierto modo, la tremenda tristeza que llena el relato.

En la primera parte de este capítulo, Delibes despliega un arsenal de vocabulario cinegético. Las palabras ambientan más allá de su significado. No es necesario pararse a buscar el significado de entrizar, canchal o sirgada. Sabemos que son términos de caza, y con eso es suficiente para introducirnos en el mundo que se nos describe. Quizás esas palabras son el único punto en común que tiene el lenguaje de Paco y Régula y el del señorito. Lo demás es muy distinto.

Fraguándolo todo, persiste ese lenguaje culto del narrador que sin embargo no ejerce un contraste llamativo, más bien está diluido en una estética unitaria.

Por lo demás, la brutalidad de las escenas sirven de crescendo a la narración, que camina hacia lo insoportable. Si en los tres primeros capítulos, más bien descriptivos, hemos visto la situación del relato, en los tres últimos encontramos la acción. Una accidente de Paco y una batida del señorito reunirán todos los elementos en un final impresionante.



Libro quinto. El accidente


  1. La denuncia social y la imagen de la España rural.


Nada más empezar el capítulo ya vemos la España de señoritos y siervos en la que se encontraba en ese momento. Una España de desigualdades hasta tal punto que Paco ya asume que es ese su trabajo, servir al señorito. Se está haciendo viejo y cada vez es menos ágil para subir a los árboles a hacer de marioneta para Iván. Cuando lo consigue dice “todavía sirvo, señorito, ¿no le parece?”, como si fuera un trapo de usar y tirar y estuviese orgulloso de ello.

He aquí la ignorancia con la que se vivía entonces. Iván lo sobreexplotaba, sin importarle el estado físico de Paco. Cuando Paco tiene el accidente al bajar de un árbol, en lo único que piensa Iván es en quién le va a poder sustituir. Las únicas veces que le pregunta cómo está es para ver si puede llevarse a ‘su perro’ a la batida para que le saque y le recoja la caza. Es más, antes del accidente, el señorito se ríe de él por la lentitud y torpeza de sus movimientos, sintiéndose superior, y encima le decía “ahí no, Paco, coño, esa encina es muy chica, ¿es que no la ves?, busca la atalaya, como siempre has hecho, no me seas holgazán”, regodeándose.

Las dos veces que van a ver al médico en Cordovilla, este le recomienda reposo total, pero Iván no lo quiere aceptar porque no puede “prescindir de él”. El médico le responde: “yo te digo lo que hay, tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra”. Aquí también se puede observar el fuerte atraso de la sociedad española en ese momento, la falta de libertades e igualdad, y por otro lado el poder de los señoritos, pues el médico no se atreve decirle que no a Iván sabiendo que Paco no debería moverse. Aunque esto último se aprecia mejor en otros fragmentos posteriores.

En este capítulo es Quirce el que refleja una esperanza de cambio en las generaciones futuras, reacio a hacerle cumplidos y a seguirle el juego a Iván. Si su carácter es así, no tiene por qué cambiarlo por contentar al señorito.  La actitud de Quirce hacia el señorito es lejana, como si todo ese mundo ya no fuera con él.


2. Caracterización de los personajes.


El personaje del que más información nueva se aporta es de Quirce. Es un muchacho tímido, reacio a hablar y un poco seco, o eso es lo que muestra al lector y a Iván, pues no dan información de su forma de actuar en casa (aunque Paco parece confirmarlo cuando habla con Iván). No quiere alabar al señorito ni adularlo, a diferencia de su padre. A Iván, acostumbrado a ello, no le gustan sus actitudes, y vemos que, pese a ser muy hábil para el palomo, el señorito prefiere a Paco, porque quiere ambas cosas, un buen trabajador y alguien que le alabe. Se puede observar aquí su ego y su competitividad.


3. Los grandes temas (justicia e injusticia, maldad e inocencia).


Es en este capítulo cuando el señorito ve por primera vez a la graja de Azarías, que resulta ser la excusa de la justicia, en manos del inocente de Azarías, para matar a Iván. Por otro lado, es injusto que Iván intente manipular a Paco para que fuera con él a la batida del día 22, intentando hacerle ver que no era nada (aunque el señorito sabía que sí era). Al final lo consigue, y pasa lo que se veía venir de lejos, Paco se vuelve a caer y la pierna se le destroza un poco más. Otra vez al médico, y le vuelve a decir lo mismo, reposo y que no tendría que haber ido, pero también le dice a Iván “allá tú”, como si tuviera miedo de enfrentarse al señorito. Aquí se vuelve a ver la injusticia de la sociedad de entonces, la poca consideración y lo normal que les parecía ese tipo de desigualdades.

Se puede ver también la maldad de Iván al recordar a Paco que se está haciendo viejo de un modo humillante y riéndose de él, y la maldad con la que el señorito Iván lo usa, sin importarle su cuidado, solo para conseguir ser el mejor en la batida. También hay que destacar que se quiere hacer el “bueno” delante de sus amigos al decirles que Quirce no había querido la paga que le había dado tras la batida. Esa sociedad de jerarquías no era aceptada por la nueva generación).


4. Las técnicas narrativas y las voces de la novela.


En este capítulo el lenguaje de Iván está repleto de tacos como “maricón”, “me cago en la madre que te parió”, “inútil”, “coño”, etc. En ese sentido, parece que el analfabeto sea él y no los inocentes. Por lo demás, vocabulario de caza y campestre nos sigue describiendo la escena, integrándose con el lenguaje de los personajes y con la voz que va narrando la acción. El lenguaje culto del narrador, poético, en este capítulo es menor, pues se centra más en la acción que en la descripción.



Libro sexto. El crimen


  1. La denuncia social y la imagen de la España rural.


La España atrasada socialmente se muestra en frases como “tú oír, ver y callar”, que le dice Paco a su hija Nieves, pues “en asuntos de señoritos” no se tenían que meter. Lo dice como si fueran superiores y esos asuntos fueran cosa de ricos, de los que no podían opinar. Se sigue viendo la ignorancia de Paco, quien piensa que todas esas desigualdades e injusticias son normales y era lo que les había tocado. También se puede apreciar la España de jerarquías de entonces en la familia de Régula y Paco, Pedro y el señorito. Pedro mandaba sobre la familia, con aires de superioridad, pero Iván mandaba sobre Pedro, y este le hacía caso en todo, se tenía que aguantar incluso cuando Iván tonteaba con su esposa. Pedro, desesperado, quiere encontrar a su mujer. Sabe que Iván ha tenido algo que ver pero no puede decirlo. También se ve cómo las mujeres seguían siendo un objeto, usando Iván a doña Purita para mostrar su superioridad sobre Pedro, o simplemente para demostrar y demostrase que es un señorito, y los señoritos pueden tener lo que quieran. No es así sin embargo en la familia de Régula, en la que parece que ella sea la que mande. En ese sentido los que se suponen analfabetos van más adelantados que los que se suponen cultos.


2. Caracterización de los personajes.


Se sigue viendo a un señorito que se siente superior y se ríe de los demás, como cuando se burla de Pedro por preocuparse por su mujer, sabiendo perfectamente dónde está y qué había pasado. No está acostumbrado a que no le obedezcan, y pierde la paciencia cuando Azarías no le hace caso y sigue meneando el cimbel, a pesar de no haber ningún palomo al que engañar, jugando como si fuera un niño. Otra muestra de su inocencia la vemos cuando le dice a Régula que Charito llora, como él, porque el señorito le ha matado a su milana, pues en realidad no sabe lo que la pasa a Charito.

En este capítulo es cuando más se ve la falta de amor de Iván por la naturaleza. Al no pasar palomo alguno, se aburre y pierde la paciencia, por lo que empieza a disparar a cualquier pájaro que pasa, sin importarle mucho, y así lo hace cuando pasa la graja de Azarías, pese a saber que era suya. Dispara por disparar, para demostrarse que puede hacer ese tiro tan complicado. Lo de los demás no le importa, solo lo suyo. Y luego se ríe de Azarías por tenerle cariño a su graja. Y le dice: “no te preocupes, yo te compraré otra”, como si el cariño se pudiera comprar. La excusa que pone por haberla matado es que no se pudo contener cuando vio ese disparo tan difícil y tan tentador, después no haber disparado casi en toda la mañana.


3. Los grandes temas (justicia e injusticia, maldad e inocencia).


Iván vuelve a demostrar su maldad cuando se da cuenta de lo preocupado que está Pedro por su mujer y, sabiendo lo que ocurrió, le responde en tono burlón, riéndose de él. En definitiva, Iván se está riendo de todo el mundo, se cree superior a los demás. Paco sigue sin poder ir a cazar por la pierna, por lo que al final se lleva a Azarías, pues Quirce dice que no le gusta. En un mal día de palomos, el señorito quiere “matar el gusanillo” disparando a una banda de grajas. Aunque Azarías le avisa de que va a disparar a su graja amaestrada, Iván lo desoye y tira igualmente, matándola, tentado por la dificultad del tiro y por las ganas de matar algo. Esa afición de matar por matar, de no respetar el campo y la naturaleza, junto con su maldad, es lo que le lleva a su destino trágico. Azarías es el que imparte justicia. Su inocencia le permite realizar el crimen saliendo impune, pero es él también el que ve a todos como sus iguales y el que es justo con todos. Pese a no estar desarrollado intelectualmente del todo, logra engañar en un acto de astucia a Iván y lo ahorca, es como si se hubieran cambiado los papeles: Azarías lo manipula y consigue su venganza por haber matado a su milana. Quiere hacer justicia a su graja, pero inconscientemente, también hace justicia por su familia y por la naturaleza. El más inocente es el más justo.


4. Las técnicas narrativas y las voces de la novela.


Las voces siguen igual que en los capítulos anteriores. Hay que destacar la última frase de la novela, en lenguaje culto: “y, en ese instante, un apretado bando de zuritas batió el aire rasando la copa de la encina en que se ocultaba.” La naturaleza ha seguido su curso, aunque Iván está muerto.

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EJERCICIOS DE SINTAXIS INVERSA Y PARES MÍNIMOS

SINTAXIS INVERSA 1.  —Perífrasis aspectual reiterativa —SE con valor de marca de impersonalidad —Complemento Predicativo —Subordinada sustantiva de CR 2.  —Perífrasis modal de obligación —SE con valor de modificador léxico —Complemento indirecto —Subordinada adjetiva explicativa con pronombre en función de CD 3.  —Perífrasis aspectual resultativa —SE reflexivo de CD —Complemento oracional —Subordinada adjetiva sustantivada en función de sujeto 4.  —Perífrasis modal de posibilidad —SE marca de pasiva refleja —Complemento agente —Subordinada adjetiva con adverbio relativo 5.  —Perífrasis aspectual incoativa —SE recíproco de CD —Complemento circunstancial de causa —Subordinada sustantiva con verbo en forma no personal e inferencia adverbial condicional PARES MÍNIMOS 1. No tienen de qué quejarse / *No tienen de que quejarse 2. Ese no es el camino porque te vas a extraviar / Ese no es el camino por que te vas a extraviar 3. No se sabe donde lo vendían / No se sabe dónde lo vendían 4. Los he

Comentario de textos argumentativos

1.  Los euroescépticos, como  Boris Johnson,  que apostaron todo su futuro político y el del Reino Unido a  la carta del Brexit,  han demostrado después que no tenían plan alguno ante la nueva realidad provocada. Los años de división y rencor que produjo en el país ese debate, sin embargo, han llevado a conservadores y laboristas a enterrar la cabeza en la arena, como los avestruces. El Gobierno de  Rishi Sunak  —él mismo defensor a ultranza y desde primera hora del abandono de la Unión Europea— se limita a prometer que desplegará todas las libertades adquiridas con la decisión, sin concretar ninguna de ellas. El laborista  Keir Starmer,  consciente del caudal de votos que arrebató Johnson a la izquierda en el norte de Inglaterra con su populismo antieuropeo, tampoco quiere agitar el avispero. Reduce su discurso a asegurar que la oposición  logrará que “el Brexit funcione” cuando llegue al poder , bajo la premisa de que el país puede beneficiarse de la salida de la UE si se implementa

1.4. Trayectoria poética de Federico García Lorca: del neopopularismo al surrealismo

La crítica suele establecer dos etapas en la producción poética de Lorca: la primera, hasta 1928, impregnada de lírica popular y elementos vanguardistas, y la segunda, desde 1929 hasta el final de su vida, en la que compone una poesía más minoritaria pero al mismo tiempo más universal. Su primera etapa (1918-1928) abarca desde sus inicios al Romancero Gitano . 1. Libro de poemas (1918-1920). Todavía conserva rasgos modernistas y la influencia de poetas como Bécquer, Machado y Juan Ramón, lo que se manifiesta en versos largos (alejandrinos) y recreaciones de poesía popular (canciones, romancillos). La temática es variada, pero destaca la nostalgia por la ingenuidad perdida y cierta angustia interior, la de sentirse diferente, que aparecerá en toda su obra. El poema Campo todavía tiene un aire a Juan Ramón. El cielo es de ceniza. Los árboles son blancos, y son negros carbones los rastrojos quemados. Tiene sangre reseca La herida del Ocaso, y el papel incoloro del monte, está arru