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Textos para comentar

1.

 Nada subraya tanto el fin de una historia como el turismo. Cuando los turistas llegan a un lugar histórico, están confirmando con su presencia que allí no queda nada vivo o que pueda incomodar seriamente a un alma contemporánea. El checkpoint Charlie, en el cruce de la Friedrichstrasse y la Zimmerstrasse, es una de las atracciones más visitadas y fotografiadas de Berlín. Se mantiene la garita norteamericana y se han recreado las banderas y los carteles fronterizos, aunque basta visitar la exposición aledaña, con fotos de los momentos en que estuvo a punto de estallar la tercera guerra mundial, con tanques norteamericanos y soviéticos encañonándose entre sí, para comprobar que la recreación ha omitido todo lo siniestro, desagradable y hostil de la frontera. El visitante de hoy no verá focos, ni alambradas espinosas, ni perros de presa, ni por supuesto carros de combate o francotiradores. Todo es amable y colorido, como corresponde a un lugar turístico lleno de paseantes que comen helados y llevan bolsas de grandes almacenes. Los actores que hacen de soldados sonríen y bromean mientras se retratan con familias en sandalias y pantalón corto. En la tienda de recuerdos venden camisetas con el célebre cartel (en inglés, alemán, francés y ruso) que anunciaba a los berlineses que abandonaban el sector estadounidense. La frontera que durante décadas representó la opresión totalitaria es hoy un mausoleo lúdico de sí misma, como lo son los campos de exterminio nazis y casi cualquiera de los llamados lugares de memoria. 

Con su despreocupación, el turista cumple una función simbólica importantísima. Su pase, sus fotos, sus recuerdos horteras y sus bromas subrayan lo inverosímil e increíble del pasado que se pisa. Parece mentira que esto sucediera aquí, ¿verdad?, es una frase recurrente. Y, al pronunciarla, se exhala un suspiro de alivio y se reafirma un compromiso con la contemporaneidad: qué alegría siente el turista por vivir en una época civilizada, libre de la barbarie de los padres y los abuelos. Menos mal que las fronteras son cosas del pasado, de dictaduras paranoicas y policiales. (Sergio del Molino, Lugares fuera de sitio, 2018) 



2.



En mi familia se decía que la tozudez era hija directa de la tontería, y los años me han enseñado cuánta razón había en esta definición. Pues parece que la especie humana, Homo sapiens, nos lo demuestra una y mil veces. Dudo mucho, mejor dicho, estoy segura de que ningún habitante del planeta Tierra quiere que su planeta –su casa, por cierto– se destruya para siempre, y en cambio se está haciendo todo lo posible para que ello pase. Y no será porque no estamos avisados y advertidos de mil maneras por los científicos que lo estudian. Vivimos en un ecosistema tanto si se quiere reconocer como si no, y si la cadena ecológica se va rompiendo, eso también nos destruye a los humanos. 

Dicho de otra manera: sabemos que el humo de los coches contamina la atmósfera y, por ahora, no es que se vea que la gente deje el coche contaminador, cada fin de semana las autopistas se llenan de coches arriba y abajo. Y ya ni es necesario decir el humo de las fábricas. Y los aviones, como si el cielo fuera suyo. Hay un debate sobre si es necesario ampliar el aeropuerto de El Prat con otra pista que se comería un espacio natural protegido, pues si sabemos que los aviones contaminan los cielos –y lo sabemos ciertamente–, el Homo sapiens quiere pasar de largo de la contaminación y da su visto bueno. Lo que no sé es por qué se proponen estas nuevas infraestructuras cuando ahora mismo la subida del nivel del mar ya se está tragando las playas de la costa. Y es que el nivel del mar subirá y subirá si no se para el calentamiento de la atmósfera, de manera que no es necesario plantear una obra como esta, que además sería de muy corta duración si el mar sigue subiendo. 

La tozudez del Homo sapiens, en estas cosas ya tan sabidas, tal vez tenga que ver con la irrealidad, quizás tiene más que ver con el mundo de la apariencia que con el mundo real en el que vivimos. La tozudez, pues, quizás sí que sea hija de la tontería. No respetar los ecosistemas, incluidos nosotros mismos, también es una tozudez difícil de entender, o tal vez es que resulta incomprensible. (Remei Margarit, “Tozudez”, LA VANGUARDIA, 19/10/2021) 





 3. 



El domingo fui a la plaza con un cachorro humano. Hacía más de veinte años que no pasaba horas con alguien de esa edad: desde que mi hermano menor era pequeño. A partir de entonces, me cuidé de exponerme al contacto excesivo con alguien de dos, de cinco años. Hay algo que me agota en los cachorros. Lo que todos perciben con ternura −monigotadas, ocurrencias− a mí me parece de lo más normal: una consecuencia del desarrollo, nada digno de celebración (excepto de una celebración monstruosa: ¡está vivo!). Les endilgo, además, intenciones que quizás no tengan: manipulación emocional, por ejemplo, si me dicen “te quiero” o se abrazan a mis piernas. Me siento desinteresada por sus habilidades: si trepan a unas barras con destreza, lo veo como el resultado lógico de haber practicado mucho. Cumplo con todos los requisitos que debe cumplir un adulto que acompaña a un cachorro humano a una plaza (el principal, no quitarle el ojo de encima): aplaudo si salta y cae de pie desde una altura de veinte centímetros, digo “qué bien” si puede subir una escalera sin descalabrarse, salto con entusiasmo cuando se desliza hacia abajo en el tobogán (un destino inevitable si se tiene en cuenta la ley de la gravedad), canto La gallina Turuleca cuando doy vueltas en la calesita, colaboro con entusiasmo en el subibaja. Pero mientras cumplo con estos requisitos me siento más y más vacía. Veo las plazas repletas de adultos festejando a niños que aprenden a estirar las piernas para hamacarse más alto, toda esa algarabía por ver cómo crece lo que trajeron al mundo, ese cachorro que será quizás presidente o quizás tirano o quizás profesora de colegio con mala onda, tan contentos como si estuvieran seguros de que va a ser cantante de rock, médico prestigioso, premio Nobel, miembro de ONG internacional. Hay algo en ese paisaje humano que me resulta desolador. Yo creo que es el tamaño de la esperanza. (Leila Guerriero, “Cachorros”, EL PAÍS, 29/09/2021) 




4.



Nuestro lenguaje determina la manera de abordar la vida y lleva implícito un tipo de acción o inacción. En 1978, Matlin y Stang definieron el “Principio Pollyanna”, basado en la hipótesis del mismo nombre planteada en 1969 por Boucher y Osgood, que afirma que las personas tenemos una tendencia a utilizar en nuestro lenguaje un mayor número y variedad de palabras positivas que negativas. 

El nombre se inspira en la novela Pollyanna, de Eleanor H. Porter, publicada en el año 1913, que cuenta la historia de una niña huérfana de padre y madre que es enviada a vivir con su estricta tía. La niña, educada con optimismo por su padre, juega a encontrar el lado bueno de cualquier situación para alegrar la vida de todos los que la rodean. El término pasó rápidamente al diccionario inglés para definir a aquella persona que hace gala de un optimismo exagerado. 

Tendemos a buscar el lado positivo de la vida y también lo hacemos al seleccionar nuestros recuerdos. Los diccionarios suelen contener un mayor número de palabras con significados alegres que de palabras con significados tristes. Si nosotros buscamos la felicidad, las palabras también. 

Una investigación llevada a cabo por Peter Sheridan Doods y sus colegas de la Universidad de Vermont (Estados Unidos) y publicada en 2015 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) parece confirmar este sesgo de positividad universal de las palabras: tras analizar más de 100.000 palabras en los diez idiomas más hablados del planeta (para ello tuvieron acceso a diferentes fuentes escritas sacadas de Twitter, Google, subtítulos de películas, letras de canciones, etc.) se llegó a la conclusión de que las personas usamos más palabras positivas que negativas y que todas las lenguas tienen un sesgo positivo. Según el autor, el español aparece en primer lugar: por cada palabra con carga negativa en español, se usan nueve palabras positivas. 

La explicación que dan los autores a este sesgo positivo del lenguaje es que, a pesar de todos los conflictos y problemas que hay en el mundo, los seres humanos somos por naturaleza seres sociales y buscamos influenciar desde las emociones. (Luis Castellanos, La ciencia del lenguaje positivo, 2016) 

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SINTAXIS INVERSA 1.  —Perífrasis aspectual reiterativa —SE con valor de marca de impersonalidad —Complemento Predicativo —Subordinada sustantiva de CR 2.  —Perífrasis modal de obligación —SE con valor de modificador léxico —Complemento indirecto —Subordinada adjetiva explicativa con pronombre en función de CD 3.  —Perífrasis aspectual resultativa —SE reflexivo de CD —Complemento oracional —Subordinada adjetiva sustantivada en función de sujeto 4.  —Perífrasis modal de posibilidad —SE marca de pasiva refleja —Complemento agente —Subordinada adjetiva con adverbio relativo 5.  —Perífrasis aspectual incoativa —SE recíproco de CD —Complemento circunstancial de causa —Subordinada sustantiva con verbo en forma no personal e inferencia adverbial condicional PARES MÍNIMOS 1. No tienen de qué quejarse / *No tienen de que quejarse 2. Ese no es el camino porque te vas a extraviar / Ese no es el camino por que te vas a extraviar 3. No se sabe donde lo vendían / No se sabe dónde lo vendían 4. Los he

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