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Mecanismos de cohesión

MECANISMOS DE COHESIÓN


Cohesión anafórica


    • Deixis
      • Extratextual: señala o designa elementos de la situación comunicativa. Utiliza todas aquellas clases de palabras que no designan nada por sí mismas sino en relación con otro elemento: pronombres personales, demostrativos, posesivos y algunos adverbios.
        • Ese no sabe cómo nos las gastamos aquí. Tú no te puedes imaginar lo que nos encontramos nada más entrar en semejante tugurio.
      • Textual, dentro del propio enunciado: anáforas y catáforas.
        • Había palomas en el tejado. Una paloma se posó en el árbol. La paloma voló.
        • Gabriel tiró un papel al suelo. El guardia le dijo que fuera a su garita inmediatamente. Él lo siguió y al rato salió muy cabizbajo de allí.
        • Debemos recordar lo más importante. Tenemos suficiente capacidad.
    • Elipsis
      • El pintor llegó con prisas. Dejó los pigmentos en la mesa y salió a ver el manzano.
      • Ya sabes: concéntrate, ya solo es cosa tuya.
    • Paralelismo sintáctico


Cohesión léxica


    • Recurrencia léxica y políptoton
    • Recurrencia semántica
      • Sinonimia conceptual y contextual
      • Sinonimia referencial. Los epítetos, antonomasias y lugares comunes cumplen esta misma función, generalmente a través de la metáfora y la metonimia.
        • El aprendiz entró en el taller. Era un joven desenvuelto. El jefe necesitaba un operario con carácter.
        • El equipo español de balonmano consiguió su segundo europeo consecutivo. Los Hispanos dieron una lección de táctica. Sus guerreros se lanzaron como lobos.
      • Proformas léxicas: hacer, pasar, suceder; cosa, persona, hecho
      • Antonimia
      • Hiperonimia, hiponimia
      • Campos semánticos


Cohesión textual


    • Marcadores del discurso
      • De función pragmática: relacionados con la deixis extratextual y la función fática. Suelen ser complementos oracionales con valor de modalizadores, muy importantes en los textos argumentativos y sus inferencias: venga, no, claro, manos mal, oye, sinceramente…
      • De función textual: conectores supraoracionales, con funciones similares a las de los nexos de la subordinación adverbial, muchas veces usados como complemento oracional: además, más aún, para colmo, igualmente, de todas formas, muy al contrario, y es que, por consiguiente, así las cosas, en otras palabras, por ejemplo, por lo que atañe a.
    • Marcadores textuales: estructuran el discurso, marcan las digresiones, reformulan, retoman la progresión temática: en otro orden de cosas, a propósito, en segundo lugar, en fin…





Biopic


El mayor peligro que corren las películas que narran a su modo más bien exorbitado la vida y sucedidos de personajes reales es ser juzgadas como si fuesen documentales. Se las acusa de desvirtuar tal o cual acontecimiento histórico, de presentar como antipático al que debía ser simpático, o al revés, incluso de que el actor no se parece lo suficiente al héroe o villano a quien representa. Con tales exigencias habría que patear bastantes obras de Shakespeare... ¡por no mencionar las más célebres novelas de Alejandro Dumas! Yo soy un espectador poco escrupuloso de la exactitud puntillosa en los relatos, aunque agradezco la verosimilitud narrativa. En cuanto a esa advertencia, “basada en hechos reales”, lo cierto es que no me intimida: ni siquiera mi propia vida me parece tan respetablemente fundada. De modo que he disfrutado sin remilgos con dos excelentes muestras de ese género discutible. La primera es J’accuse, titulada en español El oficial y el espía solo para fastidiar. Unas más y otras menos, todas las películas de Polanski me han gustado: nunca he sentido con él que estaba perdiendo el tiempo. Su visión del caso Dreyfus, es sobria, pero intensa, elegante, inteligente... Mientras la veía, recordaba el fervor de Sabino Arana por los militares que condenaban al judío. ¡Cómo no!

La otra es Mientras dure la guerra, de Amenábar, a la que unos se han entretenido en afear inexactitudes mientras los demás disfrutamos la película sin mayores preocupaciones. Tiene ritmo y equilibrio narrativo. Karra Elejalde es un creíble Unamuno; Eduard Fernández, un Millán Astray divertido y espectacular, pero sobre todo Santi Prego hace un Franco fabuloso en su minimalismo, una interpretación que ayuda a pensar mejor al siniestro personaje. Para documentarse más hay que ir a la biblioteca, no al cine.



Postrimerías


No es tan difícil imaginar cómo quedará este mundo cuando desaparezca la raza humana de la faz de la Tierra. Sin duda los simios celebrarán el acontecimiento rascándose las axilas entre grandes carcajadas y esta vez ninguna serpiente les ofrecerá manzanas, porque no habrá un mono que quiera ser dios, por la cuenta que le trae. Entre los animales seguirá la lucha cruel por la vida, pero gracias a que en ella ya no participarán los humanos la maldad dejará de existir. Desaparecida la ponzoña que ha generado la humanidad volverá la gloria vegetal a cubrir el planeta. El mar habrá purgado toda la basura, los ríos serán azules y las cascadas plateadas, en los montes y valles se producirá un gran sosiego preternatural semejante al que hubo en el viejo paraíso cuando las mariposas volaban sobre los helechos arborescentes. El fin del mundo, lejos de estar provocado por un gigantesco cataclismo, puede que comience un lunes por la mañana con un simple estornudo de un ser anónimo que ha cogido un catarro en un punto perdido de cualquier continente. Su desarrollo no será muy diferente de cuanto sucede hoy en esa ciudad china de Wuhan, que parece un avance o tráiler del espectáculo del fin de la raza humana, con las fronteras cerradas, las calles de las ciudades desiertas, sus habitantes confinados en sus casas con mascarillas sin hablar porque las palabras, sobre todo las de amor, transportarán el virus letal. ¿Y si este ensayo del fin del mundo fuera solo una falsa alarma debida a oscuras fuerzas del mal para vender vacunas? En ese caso, tal vez sería el miedo, una peste que carece de anticuerpos, el que acabara con la raza humana, hasta el punto que, bajo este régimen de terror, quien estornudara sería sulfatado, quien tosiera sería ahorcado y así hasta que el último bípedo, que se creía dios, a causa del propio miedo, desapareciera de la faz de la Tierra.


***


Canta, Boris, la cólera de Aquiles, por Marcelino Cortés.



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El Athletic es otra cosa, no cabe duda. Su filosofía, su forma de estar en el fútbol, hace que se le mire con un respeto especial. Hasta los tirones separatistas de la Transición, con su odioso acompañamiento de crímenes de la ETA, todo aficionado español era hincha del Athletic en primera o segunda instancia. En segunda, si en su localidad había equipo importante; en primera si no lo había, casos por ejemplo de la meseta sur, el norte de Andalucía, Extremadura… Todos vascos, todos de la cantera, aporte numeroso a la selección nacional, estilo bravo y noble. Pasó pero aún queda un rescoldo. Lo ha demostrado el homenaje a Iribar por sus 80 años.

Hace ya más de 40 que se retiró, así que la petición del Athletic de que todos los porteros se vistieran de negro iba dirigida a muchachos que no habían nacido cuando se retiró, en muchos casos ni se conocerían sus padres, pero la respuesta fue colosal. Hasta los árbitros hicieron la vista gorda, porque se tiende a evitar que los dos porteros vistan igual por si uno va al área contraria a rematar un córner. Precaución excesiva, quizá, pero alguna vez he visto a un portero cambiarse por orden de un árbitro puntilloso.

Iribar lo merecía, desde luego. Los que le vimos jugar podemos atestiguarlo, porque aparte de su excelencia para el juego, que nacía de un físico privilegiado y se prolongaba por su sabio conocimiento del puesto, se unían su carácter serio y su profundo sentido de la deportividad y el compañerismo.

Tengo entre mis recuerdos de aficionado adolescente un 0-0 en el Bernabéu con el Madrid ye-yé en plenitud bombardeando a Iribar por arriba y por abajo sin éxito. Yo me había resistido a aceptarle por fidelidad a Carmelo, el grande que le precedió y que tuvo que irse a completar su carrera en el Espanyol, pero aquel día me entregué.

Y viví como un privilegio mi primera conversación larga con él, en una comida de presentación de un libro de Guerrero para la editorial de PRISA. Le había hecho en ocasiones previas alguna que otra entrevista apresurada, de esas en las que periodista y jugador cumplen un papel ritual, pero esta vez tuve el privilegio de mantener con él una charla prolongada que me deslumbró por la sabia sencillez de sus razonamientos. Empecé por arriesgar la idea de que para los porteros posteriores a su época el oficio podía resultar más fácil, puesto que podían observar vídeos y sacar enseñanzas. Me dijo que no estaba seguro. Que él, con un amigo más atrevido porque solo no hubiera sido capaz, se colaba en la peluquería de Zarautz para ojear las revistas que había sobre la mesa en busca de fotos de los porteros entonces en boga, Ramallets, Alonso, Carmelo, Pazos, Busto, Eizaguirre...

Retenía las estampas en su cerebro y luego, en la playa, calculaba todos los movimientos intermedios que determinaban el perfecto gesto técnico final, tal y como lo plasmaba la revista. Estaba seguro de que eso, practicado una y otra vez, le había ayudado. Y también un sistema que desarrolló para tener amor al balón. Lo imaginaba como un niño travieso en cercanía de un pozo. “De un niño hay que estar atento siempre, y lo mismo es el balón, tienes que estar atento a él porque un solo momento de despiste puede ser fatal. Y cuando hacía una parada difícil, cuando había salvado un riesgo claro de gol, lo apretaba en mis manos con cariño y alivio, pensando que le había salvado.”

Era largo y flexible como un junco, tenía un físico casi diría que diseñado especialmente por la naturaleza para esa posición, pero también una cabeza perfectamente organizada. Ha pasado el tiempo sin hacer estragos en él, mantiene la estampa y ha recibido un homenaje pleno y merecido. El mejor posible: el reconocimiento de las generaciones posteriores a su trayectoria grande y ejemplar. Contra lo que se dice, el fútbol sí tiene memoria. Por eso siguen tan presentes la devoción por Iribar y por el viejo y querido Athletic Club, “caso único en el fútbol mundial”, como escribió L’Équipe. Por eso tuvo tal respuesta, incluso fuera de España, esa llamada a recuperar el color negro que definió su carrera, a su vez expresión del respeto que él sintió por Yashinla Araña Negra.




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