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Textos para comentar, 2

1.

Muchas novelas atribuyen a sus protagonistas recuerdos de una precisión desbordante: hombres septuagenarios recuerdan el color del camisón de su madre, que falleció cuando apenas los había destetado; mujeres interrogadas por la Policía afirman que el capó del coche que intentó agredirlas tenía restos de hojas secas y cagadas de pájaro. Cuando leo estas cosas, me pongo a intentar recordar, sin éxito, qué cené ayer o la última canción que puse en la playlist semanal. Siempre me asusta pensar que iba a fracasar absolutamente como testigo de un acto delictivo. Otra cosa que me asombra: ¿cómo podemos recordar las cosas de manera tan diferente aquellos que las vivimos al mismo tiempo? ¿Por qué yo recuerdo con espanto cosas que a la persona que estaba conmigo en un momento determinado la dejaron totalmente indiferente? ¿Qué hay en ese procesador de la cabeza que hace que coloquemos una misma cosa en dos lugares completamente diferentes? Quizás, como ocurre con las interpretaciones de la historia, lo que ocurrió y sus efectos no pueden definirse ni con mi espanto ni con su indiferencia, ni con el asombro o la cólera o la hilaridad de otros que también compartieron esos acontecimientos, sino con una especie de magma que aglutina todas esas reacciones, las suma, las contiene, pero no se deja definir por ninguna de ellas. Recuerdo cómo me marcó el ingenio de Philip K. Dick al atribuir a sus androides Nexus memorias fabricadas que los dotaban de una genealogía, de un pasado. Los Nexus, Rachel, recuerdan con precisión fiestas de cumpleaños, regañinas de los padres, atardeceres, paseos en barca. Ni siquiera su plena conciencia de ser androides les impide por un momento dejar de creer a pies juntillas en la fiabilidad de esa memoria que les han implantado. A veces me pregunto si soy yo la que se equivoca al pensar que la lluvia era diferente antes o son todos los demás androides los que recibieron recuerdos diferentes de su ingeniero de turno. (Isabel Coixet, “Ya no llueve como antes”, XL SEMANAL, 17/10/2021)


2.


Las guerras actuales han transformado las formas de provocar la muerte. Hoy en día se generaliza el uso de aviones teledirigidos entre las grandes potencias militares. La experiencia en el campo de batalla se ha adelgazado considerablemente. Esto forma parte de una política que extiende y establece el «asesinato selectivo» para economizar los recursos y riesgos propios de la guerra. Dar la muerte se ha despersonalizado hasta tal punto que el perpetrador puede operar el dron y lanzar un misil a miles de kilómetros de distancia de su objetivo, ignorando completamente la identidad de aquellos a quienes le han ordenado eliminar. Nos hallamos lejos, muy lejos, del código ético y la corporalidad que desplegaban los héroes acampados frente a una muralla o parapetados tras una trinchera. Como en tantas otras experiencias posmodernas, el contacto con el enemigo está hoy día mediatizado por la pantalla. El teleoperador del dron puede pasar su jornada de trabajo buscando en cinco monitores a tipos con pinta de terroristas. Uno lo imagina volteando a ver el reloj de tanto en tanto, para luego tomar sus llaves y salir de ahí para ir a recoger a sus hijas al ballet. La identidad de estos neosoldados se resguarda rigurosamente bajo el secretismo y la opacidad que acostumbran a rodear las misiones de inteligencia militar. No es solo que esos sujetos pasen inadvertidos, sino que aun después de conocer sus rutinas cuesta llamarlos pilotos de guerra. Uno se pregunta si es correcto denominar «soldado» a quien puede asesinar al enemigo sin exponerse él mismo, en ningún momento, a la muerte. Este tipo de invulnerabilidad es muy distinta de la sensación que asalta al superviviente canettiano. El operador del joystick no parece experimentar aquel poder inconfesable del guerrero que se veía caminando sobre un montón de cadáveres que bien pudieron ser él mismo. Nada en su acción recuerda el culto heroico que se rendía a quienes abandonaban el hogar para arriesgar la vida en el frente de batalla, junto a otros. Más que la noción convencional de una guerra, los ataques con drones recuerdan un coto de caza. Se producen en un área jurídicamente permitida o amparada por el Estado para poner a prueba la habilidad de aquellos individuos que pueden identificar, perseguir y alcanzar una presa escurridiza. La experiencia de la guerra se ha diluido en un trofeo de feria. (Enrique Díaz Álvarez, La palabra que aparece. El testimonio como acto de supervivencia, 2021)


3.

Me compré un móvil nuevo. Android. El anterior era de 2019. Abrí la caja. No había auriculares. El cable del cargador tenía una entrada USB tipo C (googleen) en cada extremo. No había enchufe. Me dije que podía usar mi cargador antiguo. Lo hice. El tiempo estimado de carga era de 44 horas. Me pareció mucho. Regresé a la tienda. Expliqué. Me dijeron: “Necesitás un enchufe de carga rápida”. Lo compré. El teléfono nuevo no tiene dos entradas ―una para auriculares y otra para cargador, como el antiguo―, sino una para todo. Es, como dije, una entrada USB tipo C. Mis auriculares son del tipo 3.5 mm jack (googleen). Expliqué. Me dijeron: “Necesitás un adaptador”. Lo compré. Pero me di cuenta de algo: al haber una sola entrada, no se puede cargar el teléfono mientras se usan los auriculares (acción desaconsejada, indispensable en aviones). Expliqué. Me dijeron: “Necesitás auriculares bluetooth”. Los compré. Vienen con batería. La batería necesita cargador. Uno de los extremos de ese cargador es un USB tipo C. El otro, un USB común para el cual se necesita un enchufe distinto al del cargador del teléfono. Resumen: donde antes había un móvil, un cargador y auriculares, ahora hay un móvil, un cargador, un enchufe, un adaptador de 3.5 mm jack, auriculares bluetooth, batería de auriculares bluetooth, cargador de batería de auriculares bluetooth, enchufe de cargador de batería de auriculares bluetooth y cuatro cajas que contienen módulos envueltos en 15 plásticos. La empresa dice que eliminó la entrega de auriculares y enchufes porque “muchos usuarios están reutilizando los auriculares y cargadores que ya tienen en casa”. Así creen que pueden “ayudar a abordar el creciente problema de los desechos electrónicos y eliminar cualquier presión que los consumidores puedan sentir hacia la compra continua de nuevos cargadores con nuevos teléfonos”. Yo me pregunto quién va a abordar el creciente problema de la hipocresía. (Leila Guerriero, El País, 12/10/2022)


4.



La pelea entre Apolo y Dionisos, origen de la tragedia griega, ha sido representada ante nuestros ojos en las canchas de tenis. En la mitología clásica Apolo encarna el lado platónico del espíritu, el equilibrio, la elegancia, la precisión, la medida, la contención, el límite. Dionisos representa la pasión, el exceso, el instinto, el esfuerzo, el desgarro, las lágrimas. Desde la tribuna de una cancha de tenis, mientras Federer y Nadal disputaban cualquier final agónica de un Grand Slam, Nietzsche hubiera podido explicar ese partido como una lección de filosofía moral. Federer manejaba la raqueta como si el tenis fuera un deporte matemático, mental, equilibrado. La pelota salía de su brazo con una velocidad ingrávida hacia un punto de la línea con la fuerza precisa. No sudaba, no gritaba, podía haber jugado con esmoquin. En cambio, Nadal, frente a Federer, daba a entender que el tenis era un deporte explosivo, crispado, sobrehumano. Cada golpe imposible, más allá de toda medida, iba acompañado de un grito tal vez de dolor o de placer orgiástico. Nadal sudaba. El sudor de Nadal era su corona. En sus inicios, Federer rompía la raqueta cuando la pelota no obedecía al impulso de su mente. A la derrota le seguía la cólera. Este desequilibrio fue corregido a tiempo hasta alcanzar la serenidad del héroe apolíneo, frío, incapaz de mostrar ninguna emoción. Al principio de su carrera el adolescente Nadal vestía en la pista pantalones de bucanero y tenía una mirada obsesiva de guerrero apache. Sus ojos concentrados expresaban una disposición a resistir la adversidad a cualquier precio hasta la agonía. El mito de Apolo y Dionisos representado por estos dos tenistas alcanzó su culminación el pasado día 23 con la despedida de Federer cuando estos dos héroes de la mitología moderna, cogidos de la mano, juntaron sus lágrimas. Venció la emoción, venció Dionisos. (Manuel Vicent, El País, 2/10/2022)

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SINTAXIS INVERSA 1.  —Perífrasis aspectual reiterativa —SE con valor de marca de impersonalidad —Complemento Predicativo —Subordinada sustantiva de CR 2.  —Perífrasis modal de obligación —SE con valor de modificador léxico —Complemento indirecto —Subordinada adjetiva explicativa con pronombre en función de CD 3.  —Perífrasis aspectual resultativa —SE reflexivo de CD —Complemento oracional —Subordinada adjetiva sustantivada en función de sujeto 4.  —Perífrasis modal de posibilidad —SE marca de pasiva refleja —Complemento agente —Subordinada adjetiva con adverbio relativo 5.  —Perífrasis aspectual incoativa —SE recíproco de CD —Complemento circunstancial de causa —Subordinada sustantiva con verbo en forma no personal e inferencia adverbial condicional PARES MÍNIMOS 1. No tienen de qué quejarse / *No tienen de que quejarse 2. Ese no es el camino porque te vas a extraviar / Ese no es el camino por que te vas a extraviar 3. No se sabe donde lo vendían / No se sabe dó...

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