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El olor de las tormentas

Por Vicente Aupí



Uno de los recuerdos típicos que guarda la gente de su infancia es el del agradable olor a tierra mojada después de una tormenta de verano. Es uno de esos olores que nuestra memoria parece archivar para siempre y que reviven cada cierto tiempo para evocar algunas de nuestras más entrañables vivencias, como sucede con el pan recién horneado o con la fragancia de algunos perfumes, que podemos identificar fácilmente incluso después de varios años sin percibirlos. En la canícula huele a tierra mojada muchas tardes, cuando tras una mañana soleada los cumulonimbus, las grandes nubes de desarrollo vertical, descargan chaparrones inesperados que remueven la tierra seca. En ella hay una sustancia llamada geosmina, que al mojarse con la lluvia impregna el ambiente de ese característico olor que todos conocemos. Lo más curioso, que desconoce mucha gente, es que la geosmina es producida por una bacteria, la Streptomyces coelicolor, microorganismo bien conocido entre los científicos porque es la base de los antibióticos de uso más frecuente. Cuando llueve, las gotas levantan del suelo la geosmina, cuyo característico olor reconocemos enseguida.
Algunas personas creen que el famoso olor tiene su origen en el ozono, pero no es así, porque este gas, que se forma durante las tormentas con gran aparato eléctrico, no tiene un aroma agradable, sino todo lo contrario; su olor es muy fuerte y, en grandes concentraciones, irritante. De hecho, pese a que la primavera y el varano son las épocas en las que más fácilmente aparece el olor a tierra mojada, éste no llega siempre de la mano de las tormentas. Para ello basta con que llueva (sin aparato eléctrico), de manera que un chubasco o un chaparrón pueden ser suficientes. O podemos conseguirlo nosotros directamente mojando la tierra al regar un jardín.
En cambio, las tormentas son precursoras de la formación de ozono en la naturaleza, pero el germen no está en la lluvia, sino en los rayos. Por eso, la contrapartida al evocador aroma a tierra mojada es el intensísimo olor que envuelve la atmósfera después de una tormenta con gran aparato eléctrico. Sólo sucede algunas veces, con tormentas intensas, como las que van acompañadas de granizo. Después de una tromba de agua y pedrisco, que cae acompañada de fuertes rachas de viento e iluminada por espectaculares relámpagos, el aire exhala un olor muy fuerte y desagradable, que algunas personas han llegado a comparar al de los huevos podridos, aunque éste no es obra del ozono, sino del ácido sulfhídrico.
Así pues, algunas tormentas huelen muy bien, pero otras apestan, y la culpa de esto último es del ozono. En otras ocasiones no aparece ninguno de ambos olores y, simplemente, la gente percibe una magnífica sensación de aire limpio y diáfano gracias a los aguaceros, que lavan la atmósfera al arrastrar hasta el suelo la contaminación y el polvo en suspensión. Esta sensación se da habitualmente en grandes ciudades, cuando, después de varias semanas de estabilidad, la ciudad queda cubierta por una atmósfera plomiza que la lluvia acaba diluyendo para dar una gran transparencia al aire. De repente, en unos minutos, el ambiente queda tan limpio que la visibilidad aumenta de menos de un kilómetro a varias decenas.

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