José
Marchena, traducción de Tibulo, Elegía primera
del libro segundo
Los frutos y los
campos consagremos;
Únanse vuestras
voces a la mía,
Y el rito
antiguo alegres celebremos.
¡Oh Baco! ¡oh
santo dios de la alegría!
De pámpanos la
frente coronada
Ven; y tú, madre
Ceres, tú le guía.
Repose el
labrador y la cansada
Tierra en el día
solemne, y cuelgue ociosa
La dura reja a
la labor usada.
Libres los
bueyes sean de la penosa
Coyunda, y
sueltos pasten, coronados
De adelfa
entrambos cuernos y de rosa.
Todos nuestros
afanes sean sagrados;
Matronas y
doncellas en tal día
Descansen de la
rueca y los hilados.
¡Lejos del ara
los que la ambrosía
En la pasada
noche habéis gustado
Y el néctar de
la diosa de Idalía!
Pureza y
castidad han agradado
Siempre a los
dioses; puro sea el vestido;
Cada uno en
lustral agua sea lavado.
Ved cuál al
sacrificio conducido
El cándido
escuadrón lleva al cordero,
Y de lauro el
cabello va ceñido.
Deidades
tutelares del Hespero
Suelo, a vos la
labranza, y labradores
Consagro;
proteged ¡oh! mi lindero.
Fértil cosecha
las frondosas flores
¡Oh! no anuncien
en vano; la inocente
Oveja huya del
lobo los furores.
Y el colono
feliz, tranquilamente,
Viendo sus
trojes llenas, descuidado
Y alegre al
grande fuego se caliente.
De rústicos en
torno rodeado
Los verá en
juego levantar contentos
Chocillas con el
mimbre mas delgado.
Mas los dioses
escuchan mis acentos;
Ved, ved cuál de
la víctima el dichoso
Aspecto los
anuncia al voto atentos.
Del padre Baco
el néctar delicioso
Traed, y en
torno brindemos y bebamos,
Ni entre un
brindis y otro haya reposo.
Beodos el día
festivo celebramos:
¡Oh Baco! honren
la fiesta tus furores
Santos, y ni
caídos nos rindamos.
Mas cantemos del
vino en los ardores
El nombre
augusto de Mesala ausente,
De yedra
coronados y de flores.
¡Oh vencedor de
la aquitana gente,
Noble Mesala! tú
que honras triunfante
A tu abuelo y
remoto descendiente;
Tú propicio me
inspira, mientras cante
De los agrestes
dioses los loores
Al compás de la
cítara sonante.
Los campos
canto, y sus habitadores
Celestes, que a
trocar nos enseñaron
La bellota en
manjares mil mejores.
De palma los
primeros levantaron
Al labrador la
rústica cabaña,
Y de agostada
hierba la techaron.
Al formidable
toro con la maña
Astuta sujetaron
al arado,
Y al bosque
confinaron la alimaña.
Entonces la
manzana se ha injertado,
Y el seco huerto
del humor sediento
En el amigo
riego se ha empapado.
También el
viñador pisó contento
En el ancho
lagar la uva dorada,
Cantando a Baco
en armonioso acento.
El rico don de
Ceres, la tostada
Espiga de los
campos la cogemos
Cuando lanza el
León llama abrasada.
Al campo la
sabrosa miel debemos,
Cuando a la
abeja Hiblea sus panales
De agrestes
flores fabricar la vemos.
Del rústico
trabajo los mortales
Fatigados
cantaron dulcemente
Cantinelas en
versos desiguales;
Y de la flauta
al son plácidamente
Celebraron en
himnos las deidades
Celestes y su
brazo omnipotente.
Guió el grosero
coro en las edades
De oro, de mosto
el labrador teñido,
Cantando de Lyeo
las bondades.
El cabrito de
Baco aborrecido
Le dió el pastor
en don, que entonces fuera
Por el cabrón el
hato conducido.
Ornó de agreste
flor la cabellera
Del lar antiguo
el zagalejo ufano,
Cuando colora el
Mayo la pradera.
Pace la oveja el
abundoso llano;
Cubre el lamo el
vellón, que de contino
De la doncella
emplea la tierna mano.
La femenil labor
del campo vino,
De do el huso,
la rueca y el hilado,
Al menos fuerte
sexo útil destino.
Alguna que el
trabajo ha fatigado
De ti canta,
Minerva, las loores;
Suena la
lanzadera en tanto al lado.
En los amenos
campos, entre flores,
Entre el galán
novillo y el ligero
Potro nació
también el dios de amores.
Aquí se ejercitó
también el fiero
En lanzar el
harpón ¡ay! diestramente,
Tan penetrable
agora, y tan certero.
Y no el ganado,
la doncellla siente
La cruda herida,
y doma el inhumano
La condición del
joven más valiente.
El oro
desperdicia el mozo insano
Por él; de su
ingratísima aterido
Ronda las
puertas el cascado anciano;
Y la doncella
hermosa sin rüido
Las plantas
mueve, y frustra la cuidosa
Madre que vela
con atento oído:
Palpando por la
estancia tenebrosa
Camina a do la
atiende el fiel amante,
Y descansa en
sus brazos amorosa.
Infeliz el que
flecha penetrante
Hirió de Amor, y
bienaventurado
El que le vió
este dios de buen talante.
Ven también a la
fiesta, dios vendado;
Mas lejos de
nosotros ten tu ardiente
Saeta; ¡ay! ten
lejos el harpón dorado.
Cantad al dios
de amor: abiertamente
Le invoque cada
uno a la majada,
Y a su pecho le
llame ocultamente,
O a voces el que
quiera: ¿ya enredada
No veis la tropa
en juegos amorosos,
Y la danza
lasciva ya empezada?
Jugad, que los
caballos tenebrosos
Unce la noche;
el escuadrón lucido
De astros ya la
siguen silenciosos.
Y en pos viene
el Morfeo adormecido,
Que las alas
batiendo tardamente
Espira sueño, y
deja en él sumido
El hombre y la alimaña
juntamente.