Hola, gentil Galatea,
más alba, linda, aguileña
que la hoja del alheña,
que como nieve blanquea;
más florida
que el prado verde, y crescida
mucho más, y bien dispuesta,
que el olmo de la floresta
de la más alta medida;
más fulgente
que el vidrio resplandesciente;
más lozana que el cabrito,
delicado, ternecito,
retozador, diligente;
más polida,
lampiña, limpia, bruñida
que conchas de la marina,
fregadas de la contina
marea, nunca rendida;
gracia y brío
agradable al gusto mío,
y del sabor dulce y tierno,
más que soles del ivierno
y que sombra del estío;
en color
muy más noble, y en olor,
que manzanas del labrado,
más vistosa que el preciado
alto plátano mayor.
En blancura
más reluciente y más pura
que el yelo claro, lustrosa;
más dulce que la sabrosa
moscatel uva madura.
Delicada
y blanca, siendo tocada,
más que la pluma sotil
del blanco cisne gentil
y que la leche cuajada;
y aun diría,
sí no huyes a porfía,
como sueles, desdeñosa,
que eres más fresca y hermosa
que la huerta regadía.
Sus, pues ea,
tú, la mesma Galatea,
más feroz que los novillos
no domados y bravillos,
que nunca vieron aldea
par a par;
muy más dura de domar
que la encina envejecida,
más falaz y retorcida
que las ondas de la mar;
más doblada,
con el salce comparada,
que sus varas delicadas
y que las vides delgadas,
no sufridoras de nada;
y a mi ver,
muy más dura de mover
que estas peñas do me crío,
furïosa más que el río
a todo todo correr;
más señora
soberbia, desdeñadora,
que el pavo siendo alabado,
más fuerte que el fuego airado,
en que me quemas agora.
Desmedida,
más áspera y Desabrida
que los abrojos do quiera;
más cruel que la más fiera
osa terrible parida;
más callada
y sorda, siendo llamada,
que este mar de soledad;
muy más sin pïedad
que la serpiente pisada
de accidente [...].