Salvador Rueda (1857-1933)
LA
CIGARRA
Canta tu
estrofa, cálida cigarra,
y baile
al son de tu cantar la mosca,
que ya
la sierpe en el zarzal se enrosca
y lacia
extiende su verdor la parra.
Desde la
yedra que a la vid se agarra
y en su
cortina espléndida te embosca,
recuerda
el caño de la fuente tosca
y el
fresco muro de la limpia jarra.
No
consientan tus élitros fatiga,
canta el
campo el productivo costo,
ebria de
sol y del trabajo amiga.
Canta y
excita al inflamado agosto
a dar el
grano de la rubia espiga
y el
chorro turbio del ardiente mosto.
Rubén Darío (1867-1916)
CANCIÓN
DE OTOÑO EN PRIMAVERA
Dichoso
el árbol que es apenas sensitivo,
y más la
piedra dura porque esa ya no siente,
pues no
hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor
pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y
no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el
temor de haber sido y un futuro terror...
y el
espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir
por la vida y por la sombra y por
lo que
no concocemos y apenas sospechamos,
y la
carne que tienta con sus frescos racimos,
y la
tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no
saber adónde vamos,
ni de
dónde venimos!...
LA
DULZURA DEL ÁNGELUS
La
dulzura del ángelus matinal y divino
que
diluyen ingenuas campanas provinciales,
en un
aire inocente a fuerza de rosales,
de
plegaria, de ensueño, de virgen y de trino
de
ruiseñor, opuesto todo al rudo destino
que no
cree en Dios... El aúreo ovillo vespertino
que la
tarde devana tras opacos cristales
por
tejer la inconsútil tela de nuestros males,
todos
hechos de carne y aromados de vino...
y esta
atroz amargura de no gustar de nada,
de no
saber adónde dirigir nuestra prora,
mientras
el pobre esquife en la noche cerrada
va en
las hostiles olas huérfano de la aurora...
(¡Oh
süaves campanas entre la madrugada!)
NOCTURNO
Los que
auscultasteis el corazón de la noche,
los que
por el incomnio tenaz habéis oído
el
cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano,
un eco vago, un ligero rüido...
En los
instantes del silencio misterioso,
cuando
surgen de su prisión los olvidados,
en la
hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis
leer estos versos de amargor impregnados...
Como en
un vaso vierto en ellos mis dolores
de
lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las
tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el
duelo de mi corazón, triste de fiestas.
Y el
pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la
pérdida del reino que estaba para mí,
el
pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el
sueño que es mi vida desde que yo nací!
Todo
esto viene en medio del silencio profundo
en que
la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento
como un eco del corazón del mundo
que penetra
y conmueve mi propio corazón.
Manuel Machado (1874-1947)
Yo soy
como las gentes que a mi ierra vinieron
-soy de
la raza mora, vieja amiga del Sol-,
que todo
lo ganaron y todo lo peridieron.
Tengo el
alma de nardo del árabe español.
Mi
voluntad se ha muerto una noche de luna
en que
era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal
es tenderme, sin ilusión ninguna...
De
cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.
En mi
alma, hermana de la tarde, no hay contornos...;
y la
rosa simbólica de mi única pasión
es una
flor que nace en tierras ignoradas
y que no
tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos,
¡pero no darlos! Gloria... ¡la que me deben!
¡Que
todo como un aura se venga para mí!
¡Que las
olas me traigan y las olas me lleven,
y que
jamás me obliguen el camino a elegir!
¡Ambición!
No la tengo. ¡Amor! No lo he sentido.
No ardí
nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago
afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el
vicio me seduce ni adoro la virtud.