—Poesía arraigada, de los poetas afines a Franco, que toman a los clásicos como modelo, en la que destacan Luis Rosales (Abril, La casa encendida), Leopoldo María Panero (La estancia vacía). Revistas Garcilaso y Escorial.
—Poesía desarraigada, de tono angustiado, existencial. Igual que en la novela existencial, el individuo está perdido en una realidad que lo atormenta. Los poetas adoptan un lenguaje más duro y directo, evitan las convenciones poéticas y practican el versículo libre, por ejemplo Dámaso Alonso en Hijos de la ira y Vicente Aleixandre (Sombra del paraíso). Revista Espadaña.
—La evolución de la poesía desarraigada a la poesía social. Destaca el caso de José Hierro, quien en los años 40 se aleja del existencialismo tremendista y se dedica a buscar al hombre común, el que viaja del dolor a la alegría. Comenzó indagando en ese hombre común pero añadió el concepto de alucinación, más intimista, más metafórica y difusa. Así fue en sus primeros libros, Alegría y Quinta del 42. En ellos da testimonio del sufrimiento de la guerra, pero también reivindica la supervivencia, el derecho íntimo a la alegría y la belleza, como una ética de la resistencia. Su poesía evoluciona de un fondo testimonial realista, de dar cuenta del mundo en que se vive, que él llamaba reportajes, a esas otras alucinaciones, más densa, menos transparente, más compleja. No obstante, su poesía siempre es esencial, austera, precisa, con un extraordinario dominio del ritmo y la sonoridad de las palabras que lo aleja del prosaísmo. En 1998 publicó Cuaderno de Nueva York, considerada por muchos su mejor obra.
2. Años 50. La poesía social.
La mayor parte de los poetas de los años 50, incluido José Hierro, evolucionaron del yo al nosotros, del existencialismo individual al realismo social. Eso hizo su poesía más clara y combativa, más cercana y transparente, pero también, en ocasiones, más previsible.
—Gabriel Celaya: "La poesía es un arma cargada de futuro”, título de su poema más famoso, publicado en Cantos íberos, en 1955. Fundó la revista Norte al salir de un campo de concentración. Su poesía existencial, de muy marcado carácter social, con el tiempo se hizo tan reivindicativa como prosaica. Así, evolucionó hacia el compromiso, en defensa de la utilidad social y política de la poesía, igual que poetas como Blas de Otero. Tranquilamente hablando, Marea del silencio. Celaya habla de su poesía como herramienta, política, social o sentimental, y así no se separa del tono coloquial y el desprecio por cualquier forma de hermetismo, y abunda en consignas y llamamientos. Cantos íberos fue la máxima expresión de esta forma de activismo poético. Su eco llegó hasta finales de los años 70.
—Blas de Otero. Se distinguen tres etapas en su obra:
—Existencialista, en la que aúna las poéticas de Unamuno y de Miguel Hernández. Se centra en la búsqueda angustiosa de Dios, del amor y del sentido de la existencia humana. Ángel fieramente humano, y Redoble de conciencia, luego juntos con el título Ancia.
—Social. Compromiso y solidaridad Pido la paz y la palabra y Que trata de España. Evoluciona hacia una poesía «para la inmensa mayoría», en contraste con una poesía vuelta sobre sí misma, que es lo que sugería el «para la inmensa minoría» de Juan Ramón Jiménez. Los poetas confiaban en la utilidad social de la poesía, que debía servir para despertar conciencias y sensibilidades y dignificar al trabajador anónimo.
—Neovanguardista. Finalmente, abandona la exigencia de inmediatez y de urgencia social para usar fórmulas casi vanguardistas. Hojas de Madrid.
—Gloria Fuertes. Comienza su carrera con una poesía social marcada por la tragedia de la guerra («no hay que contar sílabas; hay que contar lo que pasa»); influida por el postismo, sus poemas, de tono coloquial, se tiñen de humor y juegos de palabras. Escribió mucho para niños. Isla ignorada, Poeta de guardia, Obras incompletas.
3. Grupo poético de los 50: los "niños de la guerra”.
Empiezan a publicar a finales de los 50. «Señoritos de nacimiento / por mala conciencia escritores / de poesía social» (Gil de Biedma). Regresan a la poesía como fin en sí mismo, a la sugerencia, a los temas universales que trascienden la situación concreta.
—Claudio Rodríguez. Inclinado a la vanguardia hermética, más en el estilo de Vicente Aleixandre. Debutó, a los 19 años, con Don de la ebriedad, el poema del que Vicente Aleixandre dijo que ya no escribiría nada mejor. El tema de este poemario es la emoción del paisaje, el elogio de la claridad y la entrega del poeta en el acto creador. En posteriores libros se centró en lo cotidiano universal, lo trascendente que anida en lo más cercano.
—Ángel González. Representa el regreso al intimismo sin perder el compromiso. Breves acotaciones para una biografía, editado en 1969, es un ejemplo de su poesía biográfica, muy condicionada por la realidad histórica. Las reflexiones sobre el mundo en torno se fueron tiñendo en este libro de un lenguaje más irónico y distanciado.
—María Victoria Atencia. Abundó en la emoción poética, más allá de circunstancias, sobre todo desde su admiración por Rilke.
—Jaime Gil de Biedma. Poeta wildeano, con frecuencia sarcástico y desengañado, mucho más coloquial que sus compañeros (excepto Ángel González), y con más difusión. Reunió su obra poética en Las personas del verbo (1975, ampliada y terminada en 1982). Gil de Biedma refleja en su poesía su vida, la de un poeta exquisito, angustiado por sí mismo y por el tiempo, de un cinismo exquisito, directo y brillante.
—José Ángel Valente. Poeta conceptual, intelectual, que mira más a Juan Ramón, a los místicos y a la poesía inglesa que a sus antecesores: A modo de esperanza, Poemas a Lázaro.