La verdad es que existe un mundo de
novela. En todas las imaginaciones hay el recuerdo, la visión de una sociedad
que hemos conocido en nuetras lecturas: y tan familiarizados estamos con ese
mundo imaginario que se nos presenta casi siempre con todo el color y la fijeza
de la realidad, por más que las innumerables figuras que lo constituyan no
hayan existido jamás en la vida, ni los sucesos tengan semejanza ninguna con
los que ocurren normalmente entre nosotros. Así es que cuando vemos un
acontecimiento extraordinariamente anómalo y singular, decimos que parece cosa
de novela; y cuando tropezamos con algún individuo extremadamente raro, le
llamamos héroe de novela, y nos reímos de él porque se nos presenta con toda la
extrañeza e inusitada forma con que le hemos visto en aquellos extravagantes
libros. En cambio, cuando leemos las admirables obras de arte que produjo
Cervantes y hoy hace Carlos Dickens, decimos: “¡Qué verdadero es esto! Parece
cosa de la vida. Tal o cual personaje, parece que le hemos conocido.” Los
apasionados de Velázquez se han familiarizado de tal modo con los seres creados
por aquel grande artista, que creen haberlos conocido y tratado, y se les
antoja que van Esopo, Menipo y el Bobo de Coria andando por esas calles mano a
mano con todo el mundo.
(…)
Pero la clase media, la más olvidada
por nuestros novelistas, es el gran modelo, la fuente inagotable. Ella es hoy
la base del orden social: ella asume por su iniciativa y por su inteligencia la
soberanía de las naciones, y en ella está el hombre del siglo XIX con sus
virtudes y sus vicios, su noble e insaciable aspiración, su afán de reformas,
su actividad pasmosa. La novela moderna de costumbres ha de ser la expresión de
cuanto bueno y malo existe en el fondo de esa clase, de la incesante agitación
que la elabora, de ese empeño que manifiesta por encontrar ciertos ideales y
resolver ciertos problemas que preocupan a todos, y conocer el origen y el
remedio de ciertos males que turban las familias. La grande aspiración del arte
literario en nuestro tiempo es dar forma a todo esto.
Benito Pérez Galdós, Ensayos
de crítica literaria.