Aunque
también practicaron la comedia costumbrista, de tipos, los dramaturgos
románticos ensayaron, sobre todo, el género dramático, casi siempre basado en
figuras históricas o legendarias, con frecuencia medievales, contrario por
principio al sometimiento de las tres unidades y amigo de subtramas y
sorpresas, y más acción grandilocuente que profundidad psicológica. Escrito en
verso, y salvo en el caso de Zorrilla, resulta un teatro retórico y pomposo,
con excesiva inclinación al patetismo y a los versos rimbombantes.
Martínez
de la Rosa, el Duque de Rivas y Eugenio Hartzembusch escriben sus obras más
célebres entre 1834 y 1837, el momento culminante del romanticismo en España, y
Zorrilla triunfará diez años más tarde, cuando el romanticismo en sentido
estricto ha dado paso en Europa a los primeros intentos de realismo y de
modernidad.
MARTÍNEZ DE LA ROSA es casi más célebre como político
liberal que como dramaturgo. Como ministro de la Reina Regente María Cristina, estableció
el sistema bicameral, a la inglesa, y en sus idas y venidas al exilio (cada vez
que los absolutistas retomaban el poder) escribió dramas como La conjura de Venecia.
EL DUQUE DE RIVAS también se dedicó intensamente a la política.
Condenado a muerte, logró huir del país y en la isla de Malta trató con
escritores románticos. Regresó a España en el año clave de 1834. Al año
siguiente, había escrito Don Álvaro o la
fuerza del sino, su obra más recordada, modelo de drama romántico. Como los
otros escritores de su generación, cultivó el artículo costumbrista y la poesía
de variado género, y en su faceta de dramaturgo comenzó acatando las normas
neoclásicas, pero evolucionó a dramas lleno de acción, casualidades, desafíos,
tormentas, pasiones violentas, cuadros costumbristas, rebeliones, deseos de
libertad y amores que truncan aciagos destinos.
EUGENIO HARTZEMBUSCH fue un pionero de los estudios
filológicos. Aunque falto de rigor científico, editó y divulgó la obra de los
grandes comediógrafos del siglo XVII, Tirso, Lope y Calderón; escribió cientos
de artículos eruditos y practicó, como después haría Bécquer, el género de la
leyenda histórica. En teatro, triunfó en 1837 con Los amantes de Teruel, buen ejemplo de todas las características
del romanticismo legendario, que le granjeó mucho éxito.
JOSÉ ZORRILLA es el más recordado de los dramaturgos
románticos. Dotado de una facilidad para la versificación que nadie había
tenido desde Espronceda, escribió también artículos y libros de recuerdos,
entre ellos las extraordinarias Memorias
del tiempo viejo, un libro imprescindible para conocer la época; en él se
nos cuenta el célebre episodio del entierro de Larra, donde un jovencísimo
Zorrilla leyó sus primeros versos.
Como dramaturgo, aparte de que en
su época tuvo todo tipo de aplauso y reconocimiento, ha pasado a la historia
por Don Juan Tenorio. El drama se
sirve de un tema eterno desde que lo formulara Tirso de Molina en El burlador de Sevilla. También lo
trataron Byron y Espronceda: fue uno de los argumentos más solicitados por poetas
y novelistas porque contenía todos los rasgos (y los tópicos) del romanticismo.
Pero lo que ha hecho de Don Juan Tenorio una obra clásica ha
sido el aprecio popular. Los versos de Zorrilla tienen la gracia del ripio
dicho con salero, y sus altisonantes y vacíos parlamentos son la antonomasia de
un modo de concebir la retórica y la literatura, el emblema de una época. Sin
embargo, como buen versificador que era, muchos fragmentos quedaron durante
décadas en el acervo popular, y aún ahora se le representa en el Día de
Difuntos, como una celebración tradicional más. La calidad literaria siempre se
le ha discutido, pero su capacidad de prender en la memoria colectiva es
difícil de igualar.