Lázaro
nace en una aceña del Tormes, en una aldehuela, Tejares, próxima a Sa-lamanca,
donde su padre, el molinero, trabajaba. Su padre tuvo que ver con la justicia,
por robar en las maquilas, y la madre se amancebó con un tal Zaide, de donde
salió un hermanito del color de la tizne, que le hizo pensar a Lázaro por vez
primera que el mundo no es como es, sino como creemos verlo. Todavía mozuelo de
cortos años, Lázaro es colocado por su madre con un ciego mendigo, su maestro
en trampas y adiestrador en fullerías. A fuerza de engaños y coscorrones,
Lázaro va aprendiendo a manejarse solo en la vida. Después de una mala pasada,
Lázaro abandona al ciego y se coloca a servir a un clérigo de Maqueda. Este
clérigo, hombre avaro, hace pasar a Lázaro hambres sin fin, mitigadas por el
ingenio y la astucia, esgrimidos para lograr unas migajas del pan de las
ofrendas, escondido en un arcón viejo. Después de dejar el servicio del
clérigo, Lázaro va a Toledo, donde se acomoda con un hidalgüelo, lleno de
viento y de soberbia de casta, para el que tiene que acabar por pedir limosna y
compartir así la desventura. Cuando el hidalgo abandona a Toledo, por escapar
de la justicia, Lázaro sirve a un fraile de la Merced, a un buldero, a un
maestro de pintar panderos y a un alguacil. Finalmente, Lázaro consigue el
puesto de pregonero real de la ciudad de Toledo y se casa. Vive feliz, contento
de su ventura y compartiendo el lecho matrimonial con un arcipreste.
Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache (1599-1604)
Guzmán,
también de turbia genealogía, como hemos señalado antes que es ya condición, se
ve obligado a dejar su casa a los quince años para encontrar el sustento. Desde
estos primeros pasos, las aventuras, mezcla de escarnio, trampa y suciedad a
veces repugnante, se suceden. La primera es la noche en la venta, donde le dan
de comer huevos empollados. En la siguiente venta comen carne de un mulo ya
descompuesto en lugar de sabrosa ternera. Recibe algunas palizas y llega a la
corte, donde trabaja en varios oficios más o menos improvisados, y se dedica al
juego, ya sin vergüenza alguna: «perdíla por los caminos, que como vine a pie y
pesaba tanto, no pude traerla». En uno de esos trabajos ocasionales, un día
logra escapar con una respetable cantidad de dinero. Escapa a Toledo, donde
vive regaladamente, mintiéndose hidalgo y sufriendo las burlas de unas
cortesanas. En Malagón se arrima a unos soldados y, alistándose, gasta la mayor
parte de su dinero en obsequiar a un capitán que, al llegar a Génova, lo
abandona.
En
Génova se dedica a buscar a unos parientes de su padre. Como éstos lo veían pobre,
no querían reconocerlo como tal consanguíneo, menos un viejo que lo llevó a su
casa, lo acostó sin comer bocado, y luego, para espantarlo y quitárselo de en
medio, hizo que unos criados lo mantearan violentamente. Se marcha y llega a
Roma, donde ejerce la mendicidad con infinitas trampas. Un día, un cardenal lo
vio en la calle y se apiadó de sus llagas, creyéndolas auténticas. Lo llevó a
su casa, lo cuidó, y Guzmán, de acuerdo
con los médicos, prolongó la falaz cura para sacarle al cardenal todo lo
posible. Curado, el cardenal le enseñó y educó y protegió, a la vez que se
divertía con las innumerables añagazas de Guzmán. El juego nuevamente fue causa
de que tuviera que abandonar al cardenal.
Sirve
luego al Embajador de Francia, sobre todo en tareas celestinescas. Iniciando nueva
vida se marcha a Florencia, donde un amigo le roba los baúles. Cuando algo
después en Bolonia se lo encuentra con su topa puesta, lo demanda. El juez
resulta amigo del ladrón y mete a Guzmán en la cárcel. En combinación con un
Sayavedra (en el que hay que ver la contrafigura del autor de la espúrea
Segunda parte del Guzmán) logra estafar una gran cantidad a un mercader, y se
marcha a Génova. Allí, al llegar rico, los parientes que antes no lo reconocieron,
ahora lo agasajan y miman, y hasta pretenden casarlo. Guzmán lleva todo
hipócritamente, pues no desea otra cosa que vengarse de la burla que le hizo su
pariente al verlo pobre la vez anterior. Se escapa robándoles las alhajas y el
dinero.
Vuelto
a España, y después de varias peripecias nada limpias en el camino, se establece
en Madrid y se dedica al tráfico de alhajas. Se casó y estafó legalmente a
quien pudo. Viudo, piensa hacerse clérigo, para lo cual se va a Alcalá a
estudiar, donde vuelve a casarse con una mesonera. El negocio del mesón se
arruina, y se va a Madrid primero y luego a Sevilla, donde la mujer se fuga, y
Guzmán vuelve a robar. Va a parar a la cárcel y a seis años de galeras. Intenta
escaparse y lo condenan a perpetuidad.
Francisco de
Quevedo, El Buscón (1626)
El
Buscón es don Pablos, hijo de un barbero de Segovia y de una especie de bruja.
Un hermano era ladrón. Pablos entró al servicio de un hijo de don Alonso
Coronel, don Diego. Amo y criado se instalaron, para estudiar, en casa del
licenciado Cabra, que mataba de hambre a sus pupilos. Los dos tuvieron que
salir de allí, delgadísimos y enfermos: los médicos mandaron que les limpiaran
el polvo de la boca con unos zorros: tal había sido la inmovilidad de las
dentaduras en aquel tiempo.
A
continuación van a Alcalá, donde Pablos sufre las burlas y novatadas de los estudiantes,
por cierto algunas muy sucias y repugnantes. En Alcalá, Pablos se distingue por
sus habilidades y fullerías. Estando en esta vida, Pablos recibe una carta de
su tío, el verdugo de Segovia, contándole detalladamente cómo ahorcó a su
padre, y le anuncia la herencia. Pablos se despide de don Diego, su señor, y se
dirige a Segovia. En el camino se tropieza con unos cuantos tipos notables; por
ejemplo, un arbitrista que pretende aconsejar al Rey que, para conquistar a
Amberes, debe secar el mar con esponjas; un esgrimidor que no paraba de hablar
de estocadas en figuras geométricas, pero que tiene que huir a todo correr ante
las acometidas de un mulato; un clérigo viejo, autor de poemas desatinados (un
poema de cincuenta octavas reales a cada una de las once mil vírgenes); un
«piadoso» ermitaño que se dedica a hacer trampas en el juego. Cuando llega a
Segovia ve el cadáver de su padre, puesto en el borde del camino, como era costumbre
hacer con los ajusticiados. Recoge los pocos ducados de su herencia y se vuelve
a Madrid.
En
el camino lo acompaña un hidalgo de largo y campanudo nombre, más muerto de
hambre que cualquiera de los que hasta ahora hemos conocido, quien le explica
el modo de vivir en la Corte sin tener que trabajar, sino, aparentando vestido
y bolsa, hacerlo a costa del prójimo. Este hidalgo presenta a Pablos a una
cofradía de tunantes, que asigna a nuestro personaje el barrio de San Luis para
sus trapacerías. Se suceden las estafas y los equívocos hasta que Pablos va a
la cárcel, donde adquiere gran experiencia en sobornos, etc. Al salir se va a
una posada, donde engaña a la posadera por un procedimiento bien sencillo:
contando y recontando, hasta alcanzar altas cantidades, unos pocos escudos que
tenía. Sufrió un accidente de noche, al ir a ver a la moza, lo que le hizo
nuevamente caer en manos de justicias: Ronda a unas damas con nombre fingido y
es reconocido por su antiguo señor, don Diego Coronel, quien hace que lo apaleen.
Una vez repuesto se va a Toledo, se hace cómico y alcanza fama en papeles de
cruel y otros parecidos. Finalmente pasa a Sevilla, donde se hace fullero y
donde intenta pasar a las Indias.
Vicente Espinel,
Marcos de Obregón (1616)
Marcos
de Obregón cuenta su vida desde el recuerdo, ya viejo, ordenadas sus cosas para
pasar el puerto definitivo. Recuerda sus años de estudiante en Salamanca, con
viva afección, y sus viajes a la Universidad. En esos viajes se cuenta lo
anecdótico y lo que deja recuerdo ameno o con una posible evidencia de
moralizador: encuentro con salteadores, gitanos que roban, etc. Cuenta sus
andanzas militares y alguna aventura amorosa frustrada.
La
Relación segunda, además de algún suceso popular ya, como la aparición del difunto
al Marqués de las Navas, cuenta su episodio argelino, en el que se destacan sus
relaciones, puras, con la hija de su dueño, y algún episodio de tipo
folklórico, graciosamente engarzado en el total de la narración. La Relación
tercera cuenta las aventuras italianas y la vuelta a la corte madrileña con
innumerables episodios divertidos (matones, estafas de cortesanas). Vuelve a
Andalucía, donde se encuentra con los hijos de su antiguo señor pirata, y,
casualmente, con el doctor Sagredo, personaje que abre el libro y vuelve a
aparecer para cerrarlo, y al que Obregón había servido en Madrid. Este médico
le cuenta una fantástica expedición a las Indias.
Luis Vélez de
Guevara, El diablo cojuelo (1641)
Un
estudiante, don Cleofás Pérez Zambullo, huye de la justicia por los tejados.
Cae en la buhardilla de un nigromante que tiene encerrado en una redoma al
diablillo cojuelo. El estudiante lo libera, y el diablo, agradecido, le enseña
el contrahaz de la vida, llevándolo por los aires de un sitio a otro, y
levantando los tejados como capas de un pastel para ver lo que ocultan. Así se
pasa revista a pícaros, maleantes, comerciantes, etc. La novela termina yéndose
cada uno a su sitio. El diablo al infierno, y el estudiante a continuar sus
estudios a Alcalá.
El autor de estos resúmenes es Alonso Zamora Vicente.