Como
afrancesado colaboracionista, fue nombrado bibliotecario de la Biblioteca Real
por José Bonaparte, pero con la derrota de los franceses terminó exiliándose en
Francia, algo similar, con diferente geografía, a lo que tuvo que pasar Jovellanos.
En su
poesía, y a pesar de someterse a las normas clásicas, hay huellas de Horacio y
un tono que puede calificarse de prerromántico. En prosa, al margen de La derrota de los pedantes (1789),
contra los malos poetas, sobre todo los barrocos, escribió el erudito tratado Orígenes del teatro español.
Pero su
importancia y su prestigio le vienen de su condición de dramaturgo, a pesar de
que su producción no es abundante y sus traducciones de Shakespeare o de
Moliére, de quien toma tipos y escenas, muy escasas. Sus temas son los excesos
del teatro barroco, la defensa de la libertad en el matrimonio y la
conveniencia de que la edad de los cónyuges sea parecida. Así, por ejemplo, en El viejo y la niña o El sí de las niñas (1806), cuyo estreno
se narra en La familia de Carlos IV,
el segundo de los Episodios Nacionales
de Galdós. Esta obra y La comedia nueva
o El café son sus piezas más
importantes. La intención siempre es didáctica, de crítica social y
ridiculización de vicios. Cumple con rigor el precepto de las tres unidades y
rechaza las complicaciones argumentales y los lances inverosímiles.
El sí de las niñas transcurre, según las
normas clásicas, en una posada cerca de Alcalá de Henares. Allí, Don Diego,
cercano a los sesenta, espera a Doña Paquita, una muchacha cuyo matrimonio con
el viejo ha urdido su madre, Doña Irene. Sin embargo, la muchacha está
enamorada del joven Don Carlos, un militar que, con nombre falso, acude a la
posada para impedir la boda, pero abandona su propósito cuando se da cuenta de
que es su tío el que se va a casar con ella. Cuando Don Diego se entera de
todo, no solo se lo acaba tomando con calma sino que incluso anima a los dos
jóvenes a casarse.