Cadalso podría considerarse el
último de los ilustrados y el primero de los románticos.
Como
ilustrado, es un autor cosmopolita que viajó a Francia, Inglaterra, Italia
y Alemania, antes y después de la muerte de su padre, sucedida cuando él tenía
20 años. Alternó, en diferentes épocas de su vida, con célebres ilustrados como
Moratín, Iriarte, Forner o Meléndez Valdés, y se relacionó mucho con el Conde
de Aranda, importante ministro de Carlos III. Como militar (llegó a coronel)
participó del ideal humanista del poeta soldado, por más que, muy
románticamente, le costase la vida a temprana edad.
En sus Cartas marruecas es donde mejor se aprecia su espíritu ilustrado.
Escritas en Salamanca en 1774, fueron publicadas por entregas en 1793 en El Correo de Madrid, a imitación de las Cartas persas de Montesquieu.
Las Cartas marruecas son un ensayo epistolar de base ficticia: un
miembro del séquito del embajador de Marruecos, Gazel, escribe alrededor de 60
cartas a Ben-Beley, su maestro y consejero. Las otras cartas, hasta 90, son las
que estos dos personajes marroquíes cruzan con Nuño, el castellano viejo.
De Montesquieu toma la forma
epistolar y el relativismo, desde el momento en que un extranjero, Gazel, es el
más adecuado, puesto que está libre de prejuicios, para dar una imagen objetiva
de la situación de España.
El tema de todas ellas es el
problema de España, que seguirá vigente, casi como género literario, hasta el
siglo XX con la Generación
del 98. A
través, sobre todo, de Gazel, Cadalso habla del atraso científico, de las
tradiciones importadas, de la deficiente educación, del atraso de las
supersticiones, del poco cuidado del idioma, de las guerras que han desangrado
el país y han hecho que muchas de sus lumbreras tuviesen que emigrar, etc.,
aunque siempre que apunta vías de solución, dentro del pesimismo, que tienen que ver con el mismo ideal
humanístico que encontramos, por ejemplo, en Jovellanos.
Su obra Los eruditos a la violeta insiste en este espíritu crítico ilustrado, irónico y con una actitud semejante a la del Fray Gerundio del padre Isla. Su prosa es moderna, tendida, transparente, muy distinta
del barroquismo denso que hasta bien entrado el XVIII persistía en nuestra
literatura. En ellas Su obra dramática, sobre todo Don Sancho García, que fracasó con estrépito, sigue
escrupulosamente el criterio neoclásico de las tres unidades. También en su
obra poética practicó el género bucólico y anacreóntico, de modelos clásicos y
renacentistas.
Como romántico, aparte de una vida
aventurera (y breve), escribió, sobre todo, Noches
lúgubres, basadas, al parecer, en un acontecimiento real: a la muerte de su
amada, la célebre actriz María Ibáñez, Cadalso, presa de la desesperación, para la que sirvió de alivio la redacción de las Cartas Marruecas, se
planteó incluso desenterrarla para darle su último adiós. Ese tema, la
exhumación del cadáver de la amada, da inicio a Noches lúgubres. En ellas, Tediato conversa con un sepulturero que
trata de disuadirlo. En la segunda noche, Tediato es acusado de un crimen que
no ha cometido. Es encarcelado pero, cuando vuelve al cementerio, encuentra que
el sepulturero, Lorenzo, ha perdido a toda su familia. Entonces, en la tercera
noche, es Lorenzo el que ayuda a Tediato al desenterramiento, y Cadalso ensaya una meditación filosófica sobre la soledad y el destino.