G. M. de
Jovellanos, Cartas a Ponz
Romería de
Asturias
Amigo y señor:
Habiendo hablado de tantas cosas serias, permítame usted que le hable una vez
siquiera de cosas alegres y entretenidas, y le dé alguna idea de las únicas
diversiones que conoce el pueblo de este país. Tengo indicado mi dictamen
acerca de la escasa suerte de nuestros labradores, y es justo que ahora diga
algo de la única recreación que se la hace llevadera.
Ya inferirá
usted que no le voy a hablar de teatros o espectáculos magníficos, pues por la
misericordia de Dios no se conocen en este país. Las comedias, los toros y
otras diversiones tumultuosas y caras, que tanto divierten y tanto corrompen a
otros pueblos reputados por felices, son desconocidas aun en las mayores
poblaciones de esta provincia.
Se puede decir
que el pueblo no tiene en Asturias más diversiones que sus romerías, llamadas
así porque son unas pequeñas peregrinaciones que en días determinados y
festivos hace a los santuarios de la comarca, con motivo de la solemnidad del
santo titular que se celebra en ella.
De estas
romerías voy a hablar a usted, o por mejor decir, se las voy a describir, para
darle de ellas la más viva idea que me sea posible. ¡Ojalá pudiese inspirarle
también una parte de aquellas deliciosas sensaciones, que tantas veces excitó
en mi alma el espectáculo de la inocencia pura y sencilla, entregada al
esparcimiento y alegría! Espectáculo tanto más digno de la atención de la
filosofía, cuanto más relación tiene con el interés general de estos pueblos; y
cuanto más influye en la felicidad personal de sus individuos.
Por lo común se escoge
para escena de estas religiosas concurrencias el sitio más llano, frondoso y
agradable de las inmediaciones de la ermita, y en él se colocan a la redonda
las tiendas, los comestibles, los toneles de sidra y vino, y todo el restante
aparato de regocijo y fiesta.
Como el mayor
número de estas romerías es por el verano, desde la víspera empiezan a
concurrir al sitio acostumbrado todos los buhoneros, tenderos y vendedores de
frutas y licores, y aun algunos de los romeros, que forman debajo de los
árboles sus pabellones para pasar la noche y guarecerse en el siguiente día de
los rayos del sol, o bien de las lluvias, que aquí son frecuentes y repentinas
en todas estaciones.
Se pasa toda la
noche en baile y gresca a orilla de una gran lumbrada que hace encender el
mayordomo de la fiesta, resonando por todas partes el tambor, la gaita, los
cánticos y gritos de algazara y bullicio, que son los precursores de la
diversión esperada.
Con el primer
rayo de la aurora, salen a poblar los caminos los que vienen a la ermita
atraídos de la devoción, de la curiosidad o del deseo de divertirse. La mayor
parte de esta concurrencia matutina es de gente aldeana, que viene lo mejor
ataviada que su pobreza le permite; pero con una gran prevención de sencillez y
buen humor, que son los más seguros fiadores de su contento.