José de Espronceda, El
Pelayo
Fragmento quinto
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Descripción de un serrallo
I
De mágicos jardines
rodeado,
se alza un rico salón
donde descansa
el moro rey, cuando
el fatal cuidado
y cortesano estrépito
le cansa.
En él ahora al júbilo
entregado,
del fiero pecho la
crueldad amansa
plácido canto que
deleite inspira
al son de blanda,
regalada lira.
II
Allí cercado del
amable coro
que el de las houris
célicas no iguala;
quemada en pipa de
ámbar y de oro,
planta aromosa el
gusto le regala,
y mientras en hombros
de su amada el moro
la sien reclina, de
su labio exhala
humo süave, que en
fragante nube
en leves ondas a
perderse sube.
III Cien lámparas de
plata el opulento
soberbio harem con su
esplendor encienden,
y, en partes horadado
el pavimento,
aromas mil a
derramarse ascienden;
las luces multiplica
ciento a ciento
el oro y alabastro en
que resplenden,
y de cristal y azogue
relucientes
en jaspe bullen
imitadas fuentes.
IV
Lánguida acaso mora
peregrina
en blando lecho de
damasco y flores
allí voluptüosa se
reclina,
y en sus ojos amor
prende de amores;
en tanto que otra de
beldad divina
con aguas de
riquísimos olores
baña la negra
cabellera riza,
que por la airosa
espalda se desliza.
V
Otra de silfas mil
tropa lasciva
con diademas de oro y
de esmeralda
saltando en danzas
ágiles, festiva
gira y se enlaza
entre gentil guirnalda;
y deshaciendo el lazo
fugitiva,
desnudo el pecho y la
gallarda espalda,
la leve seda al
movimiento vuela
y sus formas
bellísimas revela.
VI
El ojo en vano
penetrar desea
la en torno casi
transparente gasa,
y aunque nada tal vez
entre ella vea,
rápido el pensamiento
la traspasa;
y en tanto en vueltas
fáciles ondea
la bella tropa y por
las orlas pasa,
al son süave de las
harpas de oro
resuena el canto en
armonioso coro.
VII
Sonríe acaso y su
aspereza olvida
viéndolas Aldaimón, y
tierno lazo
téjele en tanto su
beldad querida
con dulce beso y con
amante abrazo;
a grata calma y a
placer convida
y a deleite suavísimo
el regazo
donde reposa, y por
mayor delicia
blanca y hermosa mano
le acaricia.
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Cuadro del hambre
VIII
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Mas todo en vano fue:
bárbaro estrago
mientras el hambre en
la ciudad hacía,
la muerte ya con
silencioso amago
señalaba sus víctimas
impía.
Busca en la madre
cariñoso halago
el tierno infante que
en su amor confía,
seco el pecho
encontrando: ella le mira,
y horrorizada el
rostro de él retira.
IX
Gime el anciano en lecho
de tormento,
y ya sintiendo la
cercana muerte,
al hijo tiende el
brazo amarillento,
y árido llanto al
abrazarlo vierte.
Quien con hórridas
muestras de contento,
feliz creyendo su
infelice suerte,
a su padre su misma
sangre lleva
para que de ella se
alimente y beba.
X
Viérase allí grabada
en los semblantes
la desesperación:
triste suspira
y eleva aquél las
manos suplicantes;
cual mordiendo en sí
mismo en ansia espira,
tal, clavados los
ojos penetrantes,
morir sus hijos y su
esposa mira
con risa horrible, y
muere recrujiendo
los dientes y las
manos retorciendo.
XI
Pálido, y flaco, y
lánguido con lento
paso camina el
moribundo hispano;
sobre su lanza carga el macilento
cuerpo y se apoya en
la derecha mano;
los ojos con horror
sin movimiento
ávidos fija sobre el
muerto hermano,
y hambriento goza y
lo devora, en donde
avaro cree que a los
demás se esconde.
XII
Las calles en
silencio sepultadas
sólo ocupan algunos
moribundos,
las manos reciamente
enclavijadas,
despidiendo tal vez
ayes profundos;
laten en torno
entrañas destrozadas
y miembros de
cadáveres inmundos,
que forzado del
hambre asoladora,
cual como grato pasto
los devora.
XIII
Para mayor martirio
les presenta
con recuerdo fatal su
fantasía
los manjares tal vez
de la opulenta
mesa que desdeñaron
algún día;
ora las aves de
rapiña ahuyenta
ávido el moribundo en
su agonía
disputando el festín,
y sus gemidos
se mezclan con los
fúnebres graznidos.
XIV
Cual al lanzar el
postrimer aliento,
ve feroz buitre que
sobre él se arroja,
y en la angustia del
último momento
lucha con él en su
mortal congoja.
Los dedos hinca con
furor violento
en la entraña del
pájaro, que, roja
la corva garra en
sangre, aleteando,
va con su pico el
pecho barrenando.
XV
El moribundo, lívido
el semblante,
los ojos vuelve en
blanco en su agonía,
mientras tenaz el
buitre devorante
ahonda el pico con
mayor porfía;
más el hombre le
aprieta a cada instante,
el ave más
profundizar ansía,
hasta que así, y el uno al otro junto,
muertos al fin
quedaron en un punto.
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