B. Pérez Galdós, La desheredada, I, 5.
Tan metida en sí misma estaba con estos bochornos y aquellas alegrías, que apenas comió. Como recordara en la mesa que debía hablar algo de Augusto para preparar su presentación, dijo que era un estudiante pobre, un buen chico, hijo de labradores, algo tocado de la cabeza, más músico que médico y más médico que fino. Cuando Augusto llegó, negose Isidora a ir al teatro, porque le había dado jaqueca. Emilia y Leonor no quisieron ir tampoco, y el buen estudiante quedó en la situación más desairada del mundo. Pero como era tan listo, y maravillosamente a todo se plegaba, hasta dominar las situaciones más difíciles, bien pronto cautivó a la familia con sus donaires. Doña Laura propuso jugar a la brisca; trajo D. José de su cuarto una sebosa baraja, y en el comedor, bajo la pestífera llama del petróleo mal encendido, formaron el más alegre corrillo que vieron casas de huéspedes.
Tan metida en sí misma estaba con estos bochornos y aquellas alegrías, que apenas comió. Como recordara en la mesa que debía hablar algo de Augusto para preparar su presentación, dijo que era un estudiante pobre, un buen chico, hijo de labradores, algo tocado de la cabeza, más músico que médico y más médico que fino. Cuando Augusto llegó, negose Isidora a ir al teatro, porque le había dado jaqueca. Emilia y Leonor no quisieron ir tampoco, y el buen estudiante quedó en la situación más desairada del mundo. Pero como era tan listo, y maravillosamente a todo se plegaba, hasta dominar las situaciones más difíciles, bien pronto cautivó a la familia con sus donaires. Doña Laura propuso jugar a la brisca; trajo D. José de su cuarto una sebosa baraja, y en el comedor, bajo la pestífera llama del petróleo mal encendido, formaron el más alegre corrillo que vieron casas de huéspedes.
Huyendo de tanta
vulgaridad, retirose Isidora a su cuarto, donde se encerró.
«Ese pobre Miquis
-decía- es un buen muchacho, pero tan ordinario... ¡Pobrecillo!, me da lástima
de él; pero ¿qué puedo hacer? ¿Puedo hacer yo que las cosas sean de otra manera
que como Dios las ha dispuesto?... Está que ni pintado para Emilia o para Leonor...
Me alegraré mucho de que sea un hombre de provecho. Necesitará protección de
las personas acomodadas, y en lo que de mí dependa...».
Se acostó, no
para dormir, sino para seguir dando vida ficticia en el horno siempre encendido
de su imaginación a la visita del día siguiente y a las consecuencias de la
visita. El marqués de Saldeoro entraba; ella le recibía medio muerta de
emoción, le hablaba temblando; él le respondía finísimo. ¡Y qué claramente le
veía! Ella rebuscaba las palabras más propias, cuidando mucho de no decir un
disparate por donde se viniera a conocer que acababa de llegar de un pueblo de
la Mancha... Él era el más cumplido caballero del mundo... Ella se mostraba muy agradecida... Él dejaría su sombrero en un sillón... Ella tendría
cuidado de ver si alguna silla estaba derrengada, no fuera que en lo mejor de
la visita hubiera una catástrofe... Él había de dirigirle alguna galantería
discreta... Ella tenía que prever todas las frases de él para prepararse y
tener dispuestas ingeniosas contestaciones... ¡Cielo santo!, y aún faltaba una
larga noche y la mitad de un larguísimo día para que aquel desvarío fuera
realidad...
Era preciso
arreglar el cuarto lo mejor posible... ¡Qué pensaría el caballero ante aquellos
miserables trastos!... Isidora no podía mirar sin sentir pena las tres láminas
que ornaban las paredes empapeladas de su cuarto. Aquí una vieja estampa
sentimental representaba la Princesa Poniatowsky en momento de recibir la
noticia de la muerte de su esposo; allí el cuadro del Hambre; enfrente, dos
amantes escuálidos, esmirriados y de pie muy pequeño, él de casaca con mangas
de pemil, ella con sombrero de dos pisos, se juraban fidelidad junto a un arroyo...
Si D.ª Laura no se incomodase, Isidora arrojaría a la calle las tres
laminotas... Pues, ¿y la cómoda con su cubierta de hule manchado? Más valía no
verla... Pero ella se levantaría temprano y fregotearía bien la cómoda, el
lavabo de tres patas y haría maravillas de orden y limpieza... Después
compraría una corbata bonita... Rogaría a D.ª Laura que la dejase traer de la
sala dos sillas de damasco con sus fundas de percal... En fin... No contenta
con pensar lo que pasaría al siguiente día, pensó los sucesos del tercer día y
los del otro y los del mes próximo, y los del año venidero, y los de dos, tres
o cuatro años más.