José Cadalso, Cartas marruecas.
CARTAS XX y XXI
De Ben-Beley a Nuño
Veo con sumo gusto el aprovechamiento con que Gazel va
viajando por tu país y los progresos que hace su talento natural con el auxilio
de tus consejos. Su entendimiento solo estaría tan lejos de serle útil sin tu
dirección, que más serviría a alucinarle. A no haberte puesto la fortuna en el
camino de este joven, hubiera malogrado Gazel su tiempo. ¿Qué se pudiera
esperar de sus viajes? Mi Gazel hubiera aprendido, y mal, una infinidad de
cosas; se llenaría la cabeza de especies sueltas, y hubiera vuelto a su patria
ignorante y presumido. Pero aun así, dime, Nuño, ¿son verdaderas muchas de las
noticias que me envía sobre las costumbres y usos de tus paisanos? Suspendo el
juicio hasta ver tu respuesta. Algunas cosas me escribe incompatibles entre sí.
Me temo que su juventud le engañe en algunas ocasiones y me represente las
cosas, no como son, sino cuales se le representaron. Haz que te enseñe cuantas
cartas me remita para que veas si me escribe con puntualidad lo que sucede o lo
que se figura. ¿Sabes de dónde nace esta mi confusión y esta mi eficacia en
pedirte que me saques de ella, o por lo menos que impidas se aumente? Nace,
cristiano amigo, nace de que sus cartas, que copio con exactitud, y suelo leer
con frecuencia, me representan tu nación diferente de todas en no tener
carácter propio, que es el peor carácter que puede tener
CARTA XXI
De Nuño a Ben-Beley en respuesta a la anterior
No me parece que mi nación esté en el estado que infieres de
las cartas de Gazel, y según él mismo lo ha colegido de las costumbres de
Madrid y alguna otra ciudad capital. Deja que él mismo te escriba lo que notare
en las provincias, y verás cómo de ellas deduces que la nación es hoy la misma
que era tres siglos ha. La multitud y variedad de trajes, costumbres, lenguas y
usos, es igual en todas las cortes por el concurso de extranjeros que acude a
ellas; pero las provincias interiores de España, que por su poco comercio,
malos caminos y ninguna diversión, no tienen igual concurrencia, producen hoy
unos hombres compuestos de los mismos vicios y virtudes que sus quintos
abuelos. Si el carácter español, en general, se compone de religión, valor y
amor a su soberano, por una parte, y por otra de vanidad, desprecio a la
industria (que los extranjeros llaman pereza) y demasiada propensión al amor;
si este conjunto de buenas y malas cualidades componían el carácter nacional de
los españoles cinco siglos ha, el mismo compone el de los actuales. Por cada
petimetre que se vea mudar de modas siempre que se lo manda su peluquero o
sastre, habrá cien mil españoles que no han reformado un ápice en su traje
antiguo. Por cada español que oigas algo tibio en la fe, habrá un millón que
sacarán la espada si oyen hablar mal de tales materias. Por cada uno que se
emplee en un arte mecánico, habrá un sinnúmero que están prontos a cerrar sus
tiendas por ir a las Asturias o a sus Montañas en busca de una ejecutoria. En
medio de esta decadencia aparente del carácter nacional, se descubren de cuando
en cuando ciertas señales del antiguo espíritu; ni puede ser de otro modo.
Querer que una nación se quede con sus propias virtudes, y se despoje de sus
defectos propios para adquirir en su lugar las virtudes de las extrañas, es
fingir otra república como la de Platón. Cada nación es como cada hombre, que
tiene sus buenas y malas propiedades peculiares a su alma y cuerpo. Es muy
justo trabajar en disminuir éstas y aumentar aquéllas; pero es imposible
aniquilar lo que es parte de su constitución. El proverbio que dice: Genio y
figura hasta la sepultura, sin duda se entiende de los hombres, y mucho más de
las naciones, que no son otra cosa más que una junta de hombres, en cuyo número
se ven las calidades de cada individuo. No obstante, soy de parecer que se
deben distinguir las verdaderas prendas nacionales de las que no lo son sino
por abuso o preocupación de algunos, a quienes guía la ignorancia o pereza.
Ejemplares de esto abundan, y su examen me ha hecho ver con mucha frialdad
cosas que otros paisanos míos no saben mirar sin enardecerse. Daréte algún
ejemplo de los muchos que pudiera.
Oigo hablar con cariño y con respeto de cierto traje
muy incómodo que llaman a la española antigua. E1 cuento es que el tal traje no
es a la española antigua, ni a la moderna, sino totalmente extranjero para
España, pues fue traído por la Casa de Austria. El cuello está muy sujeto y
casi en prensa; los muslos, apretados; la cintura, ceñida y cargada con una
larga espada y otra más corta; el vientre descubierto por la hechura de la
chupilla; los hombros, sin resguardo; la cabeza, sin abrigo, y todo esto, que
ni es bueno, ni español, es celebrado generalmente porque dicen que es español
y bueno; y en tanto grado aplaudido, que una comedia cuyos personajes se vistan
a este modo tendrá, por mala que sea, más entradas que otra alguna, por bien
compuesta que esté, si le falta este ornamento.